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Ingo Preminger

He sabido que acaba de morir Ingo Preminger, un hombre muy interesante y cuya aportación al cine ha sido magnífica e imprescindible, como también lo ha sido la de su hermano Otto, director y productor de películas en Hollywood.

Este judío de origen ucraniano se instaló junto a su familia en los Estados Unidos huyendo de la persecución nazi desde Viena, su lugar de residencia hasta 1938, en donde Preminger trabajaba como abogado. Se instalaron en Nueva York, donde los Preminger regentaron una tienda de pinturas durante una temporada.

En Los Ángeles, su segunda residencia norteamericana, comenzó su carrera en la farándula: en 1948 abrió una agencia de talentos que más adelante representaría entre otros a algunos guionistas que fueron incluidos en la lista negra durante la persecución del senador McCarthy, incluidos Dalton Trumbo (miembro del Partido Comunista, encarcelado por negarse a delatar a sus compañeros) y Ring Lardner, de quien más adelante hablaré. Preminger logró que pudieran seguir trabajando para Hollywood consiguiendo que otros escritores consintiesen en firmar sus trabajos como si fueran propios.

Más tarde, como productor, ayudó a la creación de algunas películas de gratísimo recuerdo. Destaca por encima de todas ellas “M*A*S*H”, cuyo excelente guión fue escrito precisamente por Lardner, que recibió el óscar al Mejor Guión Adaptado del año 1970.

Esta película, que dirigió un alocado Robert Altman (quien, por cierto, hizo lo posible por cargarse el guión original), es de una irreverencia muy meritoria, por desgracia escasa en el cine en general. Trata la guerra de Corea (la de Vietnam, crípticamente, y cualquier guerra en realidad) de una manera implacablemente crítica, pero llena de un sentido del humor muy ácido, y también muy inteligente. Cuenta las historias cotidianas de un hospital de campaña, lleno de médicos con ganas de salir pitando de allí, convencidos de que estar de mierda hasta las narices en un campamento militar no tiene nada de heroico, y sí tal vez mucho de ridículo, a pesar del drama y de la sangre.

“Suicide is painless” (”el suicidio es indoloro”), dice la canción de cabecera, cuya letra fue escrita por el joven hijo medio artista del director, y que predispone al espectador a la paradoja que viene (el humor tan cerca del frente de batalla).

Sé muy bien que esta joya del cine existe gracias a Ingo Preminger. Se empeñó en que esta película saliese adelante, a pesar de todos los pesares.

Fue uno de los grandes de Hollywood. Creo que merece nuestro reconocimiento.

(Nota: La serie televisiva “M*A*S*H” que se realizó posteriormente para la televisión no tiene casi nada que ver con la película, y absolutamente nada que ver con el elenco que la hizo, guionista, director y productor incluidos.) 

Manuale d’amore

El sábado por la noche, sin saber muy bien a dónde dirigirnos, pero perfectamente conscientes de que había que resguardarse en algún local calentito, decidimos -”decidimos, tú“, suele decir mi chico con guasa- mirar a ver qué daban en uno de los cines del barrio, el Renoir Retiro. El otro día habíamos visto allí mismo un trailer bastante prometedor de una película italiana (romana, en concreto): “Manuale d’amore”. Y compramos un par de entradas, a ver qué tal.

Resultó una película estupenda. Agradable, simpática, divertida, tierna, inteligente. Tiene además mucha Roma de fondo para disfrutar y recordarla, si habéis tenido la suerte de visitar la cità. Ir al cine a ver este film os proporcionará un delicioso rato libre de negociaciones del Estatut, discursos malintencionados de Rajoys y compañías, conflictos de Oriente Medio, jefes indeseables, amigos traicioneros y gentes molestas de diversa condición. Sale una con una sonrisa complacida de la sala.

¿Y acaso no es eso un trozo de felicidad, tan deseada y tan cara? Hacedme caso, e id a ver esta película si tenéis ocasión. Sólo encuentro una contraindicación: no lo hagáis si estáis sufriendo de mal de amores. No os conviene verla, en ese caso.