Ben Quzman de Córdoba

Tengo intención de visitar Córdoba la semana que viene. La última vez que estuve en la perla de Occidente era aún alcalde Julio Anguita: yo era una niña. Recuerdo cómo se derritieron las suelas de mis zapatillas Victoria contra el ardiente asfalto, en la espera de que un semáforo cambiase de rojo a verde, bajo el asfixiante sol de julio.

Para abrir boca, y también para saber qué visitar, estoy haciendo acopio de información acerca de la historia de la ciudad, y también acerca de ciertos ilustres cordobeses. De todos aquéllos cuya vida he repasado me han llamado sobre todo la atención tres de ellos: Séneca, Averroes y Ben Quzman.

El primero, porque se trata sin duda de uno de los personajes más influyentes en la historia de las cortes de los doce Césares… lo cual no es ninguna tontuna. Tan es así, que no tuvo más remedio que matarse para no ser ajusticiado de un modo que no correspondiese con lo alto de su cuna y lo importante de su persona.

En cuanto a Averroes, supongo que se trata de una de las personas más inteligentes, y también más trabajadoras y perseverantes, que jamás ha nacido. Experto en medicina, jurisprudencia, filosofía y poesía, repartió su tiempo útil entre Sevilla, Córdoba y Marruecos, país este último en el que -nada menos- acometió él solo la reforma de la educación universitaria. Proyecto que lo mantuvo ocupado durante bastantes años.

Y Ben Quzman, el gran poeta cordobés, me ha hecho sonreír. Porque, siendo mucho menos importante su obra que la de Ben Hazam, es más sencilla y por tanto más accesible, también más amable: Ben Quzman eligió ser un poeta de la calle, a pesar de sus nobles orígenes. Prefirió trabajar el verso corto y ágil de los aficionados que competían en los juegos florales callejeros, el zéjel, antes que jugar a revolver las palabras en las intrincadas y alambicadas formas poéticas de los poetas andalusíes cultos. Escribía Ben Quzman, claro, en la variante dialectal cordobesa del árabe, no en árabe normativo. Era un moderno… y tal vez un bohemio.

Sólo lamento una cosa: que hace ya tantos siglos los fanáticos magrebíes llegados a Córdoba destrozaran Medina Azahara. Me daré de todos modos una vuelta por lo que quede.

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