El último día

Ayer fue el último día de la primera baja laboral de mi vida (me refiero a una baja comme il faut, con toda la impedimenta); para celebrarlo, y de vuelta a casa, agarré un autobús de la línea circular de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid (E.M.T.). Dentro de él me di un largo paseo que me llevó por la puerta de Toledo, la ronda de Segovia, el Campo del Moro, la plaza de España, Princesa, Moncloa, el hospital clínico, los colegios mayores de Metropolitano, Cuatro Caminos, República Argentina, Manuel Becerra y la calle Goya. Pensé que sería buena idea adelantarme a una de las horas de mi ansiada jubilación, por si no llego a ella o lo hago sin salud o dinero suficientes para mantenerme sin pasar apuros, y poder hacer cosas.

Creo que sí fue una buena idea en efecto. Pude echar un vistazo a un montón de lugares de mi ciudad que rara vez visito, o visito muy de tarde en tarde (y de traer a mi recuerdo con su visión mis años de estudiante, mis amigos de entonces, mis amores, mis libros, mis paseos, mis risas… de los disgustos no me acuerdo).

Sin embargo, hubo una faceta del paseo que me dejó inquieta: la gente. Tuve oportunidad de observar a una buena cantidad de madrileños o residentes en Madrid con derecho a voto y tiempo para ejercerlo: las conclusiones de la atenta observación a la que sometí al personal que vi durante el tour por Madrid son desoladoras.

Creo que el 80% de las personas que vi tenían aspecto de votar al PP. Probablemente me equivoqué con muchos de ellos en el sentido de que no lo hicieron en las pasadas elecciones, pero lo que no hay quien me quite de la cabeza es que son capaces de hacerlo a la menor oportunidad que se les presente.

Así, ya se explica la cosa.

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