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Nochevieja parisina

“Hemos llegado hasta aquí sin matar a nadie, así que supongo que podemos desearos Feliz Navidad”: así comenzaba el mensaje que Ángel y yo enviamos a nuestros amigos más queridos y a nuestros familiares alejados. Lo cierto es que para mí el año que termina ha sido movidito y estresante, pero mucho menos de lo que lo fue 2006, y mucho más agradable en otros sentidos. También más fructífero e interesante.

Así que, para celebrarlo, nos vamos a París los dos, a vivir en esa hermosa ciudad el tránsito entre un año y otro.

Os contaré a la vuelta. Sed felices.

Mumbai

Dicen que India produce en los que pisan por primera vez el país uno de estos dos sentimientos extremos: devoción o aversión. Mi caso, por fortuna, es el primero. Me declaro prendada por la cultura, la historia, la arquitectura, los paisajes y las gentes indias, y aunque sólo he visitado la ciudad de Mumbai (antes Bombay) sé que siempre habrá en mi corazón un lugar para este fabuloso país, que espero conocer si tengo tiempo, salud y posibles.

Mumbai (मुंबई en idioma maratí) siempre se llamó así, pero los portugueses llegados a la bahía en el siglo XVI, por razones que no se conocen con precisión, bautizaron la bahía y sus costas como “Bombaim”. La palabra “Bombay”, derivada de la anterior, fue el nombre oficial de esta ciudad del estado de Maharashtra (del que es la capital), hasta que el Gobierno local decidió cambiarlo por su nombre original, Mumbai, siguiendo su política de recuperar los nombres históricos de los lugares invadidos por los europeos. Por cierto que esta ciudad lleva bastante tiempo siendo gobernada por un partido de ultraderecha, el Shiv Shena (”Ejército de Shiva”), cuyo líder máximo Bal Thackeray (apodado “el sahib“) se declara admirador y seguidor de Adolf Hitler. Es un partido basado en el nacionalismo hindú o Hinduvta, un movimiento sociopolítico nacido en el siglo XX como una de las respuestas a la dominación británica, y que a pesar de lo dicho nunca ha resultado tan letal como el fascismo o el nazismo, porque la esencia misma del hinduísmo impide no considerar como algo propio las otras grandes religiones locales, el jainismo, el budismo y el sijismo.

Los nacionalistas hindúes, junto con el resto de nacionalistas indios, lograron la independencia del Reino Unido en 1947, gracias en parte a la extraordinaria fuerza del movimiento “Quit India” (”Abandonen India”) de Mohandas Karamchand Gandhi, cuya resistencia pacífica es de sobra conocida en el mundo entero. Precisamente, este líder indio conocido como “el Mahatma” (”alma grande”) es uno de los más ilustres ciudadanos de Mumbai, junto con personajes tan importantes como Rudyard Kipling.

La dominación inglesa, que perduró durante tres siglos, dejó en su última etapa una importante huella en la ciudad, cuyos edificios representativos muestran una arquitectura singular, única en el mundo, fruto de la afortunada unión entre la construcción inglesa victoriana y la local. Uno de los más bellos ejemplos de esta arquitectura es el hotel Taj Mahal, en el que tuve la fortuna de alojarme durante mi estancia en Mumbai y que ha acogido en su siglo de existencia a los más notables visitantes de la ciudad en las últimas décadas. Su presencia, junto a la Puerta de la India (”Gateway of India”) y a la bocana del antiguo puerto de Mumbai, es imponente:

Esa Gateway Of India tan característica de Mumbai se construyó en conmemoración de la primera visita de un monarca británico a India. Se trataba de Jorge V, que pisó suelo indio en 1911. Fue también el lugar elegido por el Gobierno inglés de entonces para abandonar India en 1947.

Pero no sólo interesan los edificios en Mumbai, ni mucho menos. De hecho, es una de las ciudades más entretenidas que conozco. Es un hormiguero en el que suceden cosas sin parar, en el que personas, animales, trastos y vehículos no dejan de moverse prácticamente en todo el día. Hay tanto que ver que no me habría importado nada colocarme a mirar durante horas sentada en una sillita en cualquier calle principal.

El tráfico rodado es en apariencia caótico y ciertamente denso. Si se quiere cruzar de acera hay que tener los nervios templados y el espíritu decidido, y especial cuidado con los pequeños taxis urbanos, cuyos conductores son probablemente los más peligrosos en potencia. Ah: en India conducen por la izquierda.

Hay una enorme cantidad de personas que viven en la miseria, algunos de ellos con la calle como único hogar (hecho favorecido por el clima tropical que goza Mumbai), y muchos otros sobreviviendo en infraviviendas sin las mínimas condiciones de habitabilidad. Muchas de estas personas, niños sobre todo, procuran sacar algo para comer a base de pedir limosna en los semáforos, o vendiendo también allí juguetes o libros. He oído con frecuencia a gente que ha visitado alguna ciudad india decirme que “no le puedes dar limosna a un niño, porque entonces se la tienes que dar a todos”. Personalmente, prefiero dársela a todos. Hasta que me quede sin monedas, quiero decir. El hecho es que la pobreza en India sí es un problema palpable. No cabe duda de que no es tolerable que tantos millones de personas lleven una existencia tan dolorosa.

Una se pregunta cómo lo pueden soportar con ese aparente estoicismo. Tal vez la respuesta esté en la filosofía que comparten la mayoría de los indios, cualesquiera sean su ideología y su credo religioso, y que los hace pensar en la posibilidad de que en otra vida las cosas no sean tan malas como en la actual.

La religión en India es un asunto serio. No hay taxista hindú que no lleve en su vehículo una imagen del Señor Ganesha (mi preferido, el dios con cabeza de elefante), en ocasiones acompañado por sus padres Shiva el Destructor y Pavarti, como prevención de infortunios o accidentes. Los musulmanes de Mumbai, que también los hay, prefieren acompañarse de un rosario islámico, y los cristianos de una cruz. Los sijs de grandes bigotes hacen ostentación de su condición de tales en su vestimenta y su turbante. Todas las religiones tienen cabida en India. Tanto es así que Buda fue asimilado por el hinduísmo convirtiéndolo en una de las reencarnaciones del dios Visnú (el Conservador).

Uno de los lugares en los que se puede aprender mucho sobre las religiones indias es el Museo Chhatrapati Shivaji Maharaj (antes Museo Príncipe de Gales), una de las más bellas construcciones de la ciudad, en la que se muestran al público excelentes muestras artísticas de la variadísima manufactura local.

      

Cuando yo lo visité, acompañada de una audioguía que prestan gratis a los extranjeros, la mayor parte de los visitantes eran alumnos de primaria, muy uniformaditos y muy bien controlados por sus maestras. Dentro del edificio hay mucho que ver, pero recomiendo particularmente la visita a la sala de las miniaturas, verdaderas obras maestras.

Hay aún un par de cosas más de Mumbai que la hacen definitivamente distinta del resto de las ciudades del mundo: Una es la factoría de cine de Bollywood, la mayor industria cinematográfica del mundo, de la que salen películas en hindi por toneladas (he podido ver algunos fragmentos de filmes bollywoodienses: personalmente, reconozco mi incapacidad para encontrarles la gracia; las encuentro horteras y acartonadas). La otra es la Marine, el paseo marítimo que rodea casi la mitad de la enorme bahía de Mumbai, y desde la que podréis disfrutar de vistas tan hermosas como éstas:

Hay muchas cosas más que dejo sin comentar, pero no quiero ser exhaustiva. Me conformo si os he transmitido parte del profundo sentimiento que me he traído de Mumbai, una ciudad tan grande como interesante, tan compleja como evocadora.

India

Hace tiempo que no escribo nada en este blog, y no por falta de cosas que contar, sino por falta de tiempo. Andamos como locos con el trabajo y con otras cosas, más personales, que no vienen a cuento.

Me apetecía, sin embargo, dar breves señales de vida y anunciaros que vuelvo a volar fuera de España, por penúltima vez en el año, y por última vez en lo que se refiere a mis ocupaciones profesionales. El año que viene se anuncia aún más liado que 2007. No sé cuánto podré aguantar este ritmo, pero de momento voy tirando.

Mañana, si todo va según lo previsto, volaré a Bombay (Mumbai), una de las principales ciudades del subcontinente indio. Tengo muchas ganas de ver cómo es aquello. ¿Tendré tiempo de ir a la isla de Elephanta, por ejemplo? No sé, ojalá. De todos modos, todo lo que pueda ver me parecerá bien.

Como os suelo decir, hasta la vuelta.

Seúl

Seúl es la tercera ciudad que conozco del llamado Extremo Oriente (los otros dos viajes a esa parte del mundo me llevaron hace unos meses a Singapur y a Tokio, respectivamente), pero creo que no tiene demasiado que ver con las otras dos. La estancia ha sido intensa, y aunque sólo he pasado unos días en la capital de Corea del Sur, he visto un montón de cosas y he aprendido mucho.

A lo mejor os suena la frase y os parezca un tópico gastado, pero en este caso es ineludible: Corea del Sur es un país de contrastes, más que ningún otro sitio que haya visitado. Es posible pasar del lujo a la escasez en un abrir y cerrar de ojos, de un mercadillo a un suntuoso centro comercial en un periquete, de la tecnología punta aplicada a la publicidad callejera a una tienda de productos tradicionales en un pis-pas. Un buen ejemplo de esto son los jardines del palacio de Gyeongbokgung, que se encuentran al lado de una enorme avenida en el lecho del valle en el que se edificó la ciudad de Seúl. En un momento se pasa de esto:

A esto otro:

Este palacio, como todos los demás de Seúl, ha sido reconstruido recientemente. Los invasores japoneses, que hasta el fin de la segunda guerra mundial ocuparon Corea, destruyeron todos los vestigios de la cultura coreana, tanto en las construcciones como en la lengua o las bellas artes. El hecho de que se les prohibiera expresarse en su propio idioma o cultivar sus costumbres ancestrales ha hecho de los coreanos un pueblo muy nacionalista, y muy orgulloso de su cultura. El Museo Nacional de Corea es un faraónico edificio en el que se albergan las cuatro cosas que les quedan después de las numerosas invasiones extranjeras que han sufrido a lo largo de su historia, y cuyas enormes salas semivacías dan cuenta de la importancia que dan los coreanos a la reivindicación de su historia y de su independencia.

Tienen otro museo que a mí me gustó mucho más que el Nacional: el Folclórico. Situado en el recinto del palacio de Gyeongbokgung, en un bello edificio con forma de pagoda, ofrece al visitante un encantador paseo por las tradiciones coreanas.

A los seulitas les encanta comprar. Algunos de los lugares más populosos de Seúl son los mercadillos callejeros, como el de Namdaemun, bullicioso y algo mareante, pero muy entretenido.

Las tiendas de ginseng son espectaculares, con sus expositores de enormes raíces metidas en tarros de cristal:

Otro lugar entretenido de Seúl es la calle Insa-dong, en la que compré un papel estampado con un sello tradicional (un “jeon gak“). Contiene un dicho confucionista que dice que “mejorar la mente preserva la vida”. Me pareció hermoso.

En Insa-dong también se puede comprar algo para comer en uno de los numerosos puestos ambulantes de dulces y salados.

Los coreanos son cálidos y resultan mucho más cercanos que los japoneses, por ejemplo, a quienes no tienen en mucha estima, como tampoco a sus vecinos chinos. Son un poco brutos al andar por la calle: si no tienes buenos reflejos es posible que te des unas cuantas tortas con la gente con la que te cruces por la calle o al salir del metro (un buen metro, por cierto, bien organizado y barato). No hay muchos occidentales, así que es posible que os pase lo que a nosotros: a la salida de un museo, unos niños la mar de graciosos comenzaron a señalarnos mientras se reían abiertamente, absolutamente asombrados de nuestro aspecto y nuestra manera de hablar. Me parecieron tan divertidos que les saqué esta fotografía:

El pensamiento confucionista tiene un ascendente tremendo sobre las costumbres coreanas, así que no esperéis un comportamiento tan espontáneo de los adultos, pero sí os encontraréis con un respeto tremendo a los ancianos; sobre todo con los hombres, pero también con las mujeres de edad avanzada, hay un cuidado exquisito y un trato en general deferente.

En Seúl conviven muchas religiones, pero choca la abultada presencia cristiana (hay hasta gente del Opus Dei). Otra característica de la ciudad es la inquietante, por lo numerosa, presencia policial. Ya sabéis cómo se las gasta la policía surcoreana, ¡hace falta ser valiente para enfrentarse a sus miembros en una manifestación, pero el hecho es que los altercados callejeros son prácticamente cotidianos! Otro misterio coreano más.

¿La comida coreana? En general, demasiado picante, pero rica y saludable si consigues que no te la llenen de diabólicas especias.

“En el caos coreano siempre hay un orden”, me decía Iker, uno de los becarios españoles que viven en Seúl. Es una buena frase para broche de este artículo. Dejémoslo ahí.

On the air again

Esta noche parto en un largo viaje que me llevará a Seúl, la capital de Corea del Sur. Me hace ilusión ir a este país. Dicen que éste es el mejor mes para visitarlo, ahora que los árboles comienzan a colorear sus hojas y los parques coreanos adquieren un aspecto policromo. Parece que en esta estación la temperatura es muy agradable. Si puedo, a la vuelta os contaré qué he podido ver, como suelo.

La cuestión es que, como ya es costumbre, no sé si podré actualizar la página desde Seúl. Y en todo caso, eso sería como mínimo pasado mañana.

Hasta la vuelta, annyeonghi gyeseyo!

República Dominicana (y VII): Las Terrenas, punto y final

Por fin llego al final de mi relato dominicano. Me quedarán muchas cosas por contar, pero no puedo hacer de esta serie algo eterno. Hay que hablar de otros asuntos que también merecen mi atención, y mi relación con República Dominicana no ha hecho sino comenzar: ¡pienso volver!

Las Terrenas y Samaná

Antes de regresar a Santo Domingo, y desde allí de nuevo a Madrid, pasamos unos días en una maravillosa casa que nos dejaron, situada en lo alto de una loma del municipio de Las Terrenas, en la provincia de Samaná:

                           

Como veis en el mapa, la mayor parte de la provincia la ocupa una península en las costas atlánticas de Dominicana: es la península de Samaná, cuyo nombre taíno comparte con la provincia entera y con el municipio cabecera de ésta.

Hay algo que hace de este lugar un sitio irrepetible: A la bahía de Samaná llegan cada año cientos de ballenas jorobadas a procrear: desde enero a marzo los machos cortejan a las hembras saltando y aleteando. Los que han tenido la suerte de ver este maravilloso espectáculo no lo olvidan.

Santa Bárbara de Samaná, o simplemente Samaná, es una ciudad pequeña y coqueta, con una mezcla cultural prodigiosa por lo peculiar. El paseante encontrará casas francesas coloniales que imitan a las originales -extintas- de madera, y una iglesia metodista que los locales llaman “churcha” (del inglés church), en referencia a su origen anglosajón:

Las Terrenas, a pesar de lo dicho, es mi localidad favorita de la República Dominicana. Tiene un aire europeo, medio hippy, que hace de este pueblecito un lugar divertido y agradable, lleno de lugares en los que comer, beber, bailar y descansar, y todo ello en plena naturaleza… Claro que el riesgo de que la villa acabe asolada por el turismo es muy grande, y seguramente ya imparable, al ritmo al que va la cosa. Ya se lo temen hasta los murales de la tapia del cementerio municipal:

Pero por lo menos hasta hoy, Las Terrenas es un pueblecito sin apenas asfalto, rodeado de selva y con playas espléndidas, como ésta:

Nosotros hicimos vida, como os decía, en lo alto de un monte -una loma-, en una preciosa casita digna de formar parte de una revista de arquitectura e interiorismo.

Las vistas desde arriba eran fabulosas, la piscina era estupenda y el clima muy agradable cuando no llovía -a cántaros, como suele por allí-, pero la compañía de grandes tarántulas en el dormitorio y de enormes ciempiés en el cuarto de baño acabaron por hacer mella en mi sueño, a pesar de la mosquitera con la que procuraba evitar la presencia de tales intrusos en mi cama. También tuvimos la compañía de decenas de insectos preciosos -incluída una mantis religiosa-, de simpáticos lagartitos y de varias ranitas de diverso colorido, pero de éstos no tengo queja.

Y punto, y final

Hasta aquí ha llegado el relato de nuestros días dominicanos. Me quedan algunas cosas que contar, como la pobreza de los haitianos en relación a los dominicanos, y cómo su piel más oscura de lo habitual en Dominicana los identifica en su origen. Si los dominicanos son pobres, los haitianos son paupérrimos. Alcanzar su situación es como subir un peldaño más en la escala de la injusticia.

Me gustaría hablar despacio del desastre económico en el que las largas décadas de corrupción han sumergido a los dominicanos, y del culto a la personalidad de sus gobernantes, cuyos extremos nunca se han alcanzado -ni por asomo- en la vecina isla de Cuba: hay fotografías del presidente Fernández por doquier, y en cada ciudad, pueblo y aldea hay fotos de los munícipes locales. Cada obra pública merece, por lo visto, que el que esté al cargo del Gobierno en ese momento se coloque la medalla de su mérito. Pero bueno, más vale que dejemos a quienes saben, hablar largo y tendido de la política dominicana: la oposición local de izquierdas.

También me gustaría poder contaros algo sobre los ciclones -los huracanes- y cómo influyen en la vida cotidiana de los dominicanos. Pero como os decía, en algún momento hay que cortar.

Me queda mucho por contar, pero sobre todo y naturalmente, me quedan muchas cosas por descubrir de Dominicana. Tan pronto como lo haga, las compartiré con vosotros. Ardo en deseos de volver a este país, prodigio de belleza y de feracidad, lleno de alegría y de color. Seguramente, uno de los mejores sitios del mundo. Ojalá que las cosas les vayan mejor.

República Dominicana (VI): La Romana y Jarabacoa

Sigo hoy con mi serie sobre la República Dominicana. En esta ocasión os contaré algunas cosas sobre otros lugares del país en los que hemos estado además de la capital: La Romana y Jarabacoa.

Aunque como ya os dije Santo Domingo ha sido el campamento base durante nuestra estancia en la República Dominicana, hemos podido disfrutar de algunos deliciosos días de asueto en otros lugares, gracias a la generosidad de mi familia política dominicana.

La Romana

La Romana es una de las localidades más importantes de Dominicana. Da su nombre a la provincia de la que es cabecera, y se encuentra a 100 kilómetros al este de Santo Domingo:

                          

Nosotros tuvimos la oportunidad de alojarnos en un complejo vacacional de lujo llamado “Casa de Campo” cercano a la ciudad, en el que algunos millonarios de todo el mundo pasan parte de sus mullidas existencias. La pasamos bien bañándonos en la playa, tomando ron Brugal en el jacuzzi, y dando vueltas por la urbanización en un cochecito de golf eléctrico que ha sido el primer vehículo motorizado que he conducido en mi vida.

Durante los días que estuvimos en Casa de Campo tuvimos la compañía de Anita, una mujer cocola (descendiente de inmigrantes antillanos de habla inglesa) que trabaja para los dueños de la casa como cocinera (¡y qué cocinera!) y en general de chica para todo. Era discreta, sonriente, de piel oscurísima, enorme y guapa. Parecía tener mi edad, pero antes de irnos nos presentó a su hija de 30 años, para mi gran sorpresa. Aunque mi suegra vive con Norma, la mujer que hace las faenas domésticas de su casa, la relación con ella es diferente a la que tuvimos con Anita. Yo no estoy acostumbrada a eso de ”tener servicio”, y no sabía bien cómo comportarme para no molestar a esta mujer más de lo imprescindible. Hice lo que pude.

Merece la pena detenerse algo en este asunto: las familias dominicanas de clase media alta, profesionales liberales y gente más o menos bien - y asimismo a veces”de bien”, como en el caso de la familia de Ángel- pueden permitirse el lujo de tener varias personas a su servicio, y se lo permiten. Lo que en España sólo ocurre en casas de alta alcurnia es allí moneda corriente: hay mucha mano de obra disponible con ganas de trabajar y necesidad de ganarse la vida. Si los jefes son buenas personas se verán en la necesidad de cuidar de sus trabajadores de casa en la medida de lo posible, y a veces también de sus hijos: se establece con los años una relación parecida a la que se daba en Nueva Inglaterra entre los esclavos de las plantaciones y los amos paternalistas. La estratificación social de la República Dominicana es tremenda. Sólo un apunte más sobre esto: como la comida es tan cara allí, todo el mundo sabe que hay que comprar alimentos en cantidad suficiente como para que sobre y la gente de servicio pueda llevar comida a su familia. Duro, ¿eh?

Esto me recuerda el asunto de las propinas. A los empaquetadores, por ejemplo, los chicos que meten la compra en bolsas en los hipermercados, hay que darles propina. Es su única fuente de ganancias, no perciben salario alguno por su trabajo. En La Romana hablamos con algunos de ellos, que nos contaron su penosa situación laboral con la alegría habitual con la que los dominicanos cuentan las cosas. “¿En España tienen que colocar las cosas ustedes?”, nos preguntaron. Ante nuestra respuesta afirmativa uno de ellos se guaseó: “Allá la vida es más dura”.

Una de las excursiones imprescindibles en Casa de Campo, y que no nos perdimos, es ir a los Altos de Chavón, una reconstrucción de un pueblo mediterráneo en lo alto de una montañeta, el capricho de una millonaria que contiene un museo Taíno la mar de interesante, y una escuela de diseño, entre muchas otras cosas. Para mí, lo mejor de la visita era la espléndida vista del río Chavón que disfrutamos desde su mirador:

¡Oh! También estuvimos en Bayahibe, uno de los pueblos más bonitos que he visto en mi vida, lleno de preciosas y pintorescas casitas de pescadores. Ya hay unos cuantos hoteles, pero dicen que hasta el momento el turismo en Bayahibe es ecológicamente sostenible.

Jarabacoa

Nuestro segundo viaje por la isla nos llevó, de camino a Las Terrenas, a Jarabacoa. Es una localidad bulliciosa, con gentes de aspecto y acento canarios, paisajes feracísimos y un agradable clima primaveral. Se encuentra en plena cordillera Central, el conjunto montañoso más importante de la República Dominicana. Nos alojamos en un encantador chalet típicamente montañés, desde donde dimos unas vueltas por los alrededores, una delicia para los amantes de la naturaleza:

       

Hablando de naturaleza: la República Dominicana, en general, es un país muy natural. En cualesquiera parte y momento puedes encontrarte con un lagarto, un sapo, una gallina o… ay, una cacata, como llaman en Dominicana a las tarántulas. Ya os contaré mis peleas con la naturaleza desatada en Las Terrenas. Hasta entonces os dejo con este lagartito dominicano:

República Dominicana (V): Santo Domingo

Llevo varios días esforzándome por transmitir una idea de la República Dominicana que se aparte de la que tienen la mayor parte de los españoles, quienes por lo general no entienden que ese país ofrezca apenas nada más que playas, ron, merengue, y tal vez y con suerte algún ligue casual.

Esta paupérrima idea de Dominicana se entiende si se presta atención a los paquetes turísticos que ofertan los tour operators: suelen consistir en varios días de encierro en un hotel a orillas del mar Caribe o del océano Atlántico, de donde aconsejan a los turistas que no salgan “por su propia seguridad”. Esto, unido al hecho de que en muchas ocasiones los hoteles se encuentran en parajes alejados de los núcleos poblacionales, hace que los turistas españoles vuelvan a casa sin haber visto de la República Dominicana más que la barra del bar del hotel y una playa de la que suelen acabar aburridos. En estas condiciones, tampoco interactúan apenas con los lugareños (a excepción del personal del hotel), porque la entrada a estos hoteles no está permitida si no se aloja uno dentro.

Ya que Dominicana es un país bastante seguro, por el que se puede dar vueltas tranquilamente si se siguen algunas medidas básicas de precaución -que incluyen dejar el pasaporte a buen recaudo-, no tiene ningún sentido practicar ese tipo de turismo “de encierro”, sobre todo si se tiene en cuenta que la República Dominicana es un país de una enorme belleza natural, con una amplia variedad de paisajes y una población cálida y amable, siempre deseosa de colaborar a satisfacer la curiosidad del turista. Las playas, por supuesto, son parte de su atractivo y como tales conviene tenerlas en cuenta como uno de los objetivos de la visita. Pero por favor, no objetivo exclusivo. Hay mucho más que ver: haré hoy un primer repaso de algunos de los lugares que hemos tenido la suerte de visitar en agosto. Empezaré hablando de Santo Domingo.

Santo Domingo

En la capital de la República Dominicana podéis encontrar, como ya os expliqué aquí, varios monumentos de los primeros años de la colonización. Casi todos se encuentran en la llamada Zona Colonial, un barrio lleno de hermosas casas señoriales de aire andaluz o extremeño, en el que casi todo es primado: la catedral, el ayuntamiento… Incluso lo es la calle de las Damas -la primera calle de las Américas-, cuyo nombre se explica con que ése era el único sitio por el que, en tiempos, podían pasear las damas castellanas instaladas en la isla.

Tradicionalmente, a los dominicanos les gusta “condear”, pasear arriba y abajo por la calle de El Conde, una calle peatonal llena de establecimientos que une el parque Independencia con la plaza Colón. El Conde ha sido testigo de muchos momentos importantes en la reciente historia dominicana: en uno de sus edificios se instaló el Gobierno provisional de Caamaño, y en una de sus cafeterías más famosas, La Cafetera Colonial, se reunían los exiliados españoles que se refugiaron en la República Dominicana huyendo de la represión franquista.

En la plaza Colón se encuentran la catedral, el ayuntamiento y una estatua que representa a Cristóbal Colón, a cuyos pies se postra semidesnuda la cacica rebelde Anacaona, situación imposible en la realidad e inexplicable en la escultura. Más de una noche criticamos la falta de sensibilidad histórica del escultor desde la terraza de la Cafetería del Conde, un café lleno de historias y de ilustres y/o famosos visitantes. Cerca de la plaza Colón se encuentra la plaza de España, llena de agradables terrazas en las que se puede comer algo o simplemente tomar una “fría”, una cerveza Presidente. En esta plaza, dando la espalda al alcázar de Colón, hay una estatua que representa a Nicolás de Ovando, el primer gobernador de la isla, de quien algunos dicen con justicia que fue “constructor de ciudades y destructor de indios”.

El mar Caribe es parte fundamental de la ciudad, que recibe sus olas en el malecón, paseo que por lo que me contaron ha tenido tiempos mejores, pero en el que aún hay varios hoteles y algunos colmados, además de algunas plazas y algún parque.

Los colmados merecen párrafo aparte: son los establecimientos en los que la mayor parte de los dominicanos pasa sus ratos de ocio. En ellos puede uno hacerse con víveres, bebidas y otras cosas, comer algo, tomarse unas cervezas o unos refrescos, y conversar o jugar al dominó -verdadero deporte nacional-, si es que la música, casi siempre a volumen atronador, lo permite. También se puede echar un bailecito. Éste es el colmado que frecuentábamos Ángel y yo (aquí en un día de lluvia):

Nosotros nos alojamos en casa de la madre de Ángel y de su marido Guarocuya, en el barrio de Gazcue. Es uno de los barrios tradicionalmente más confortables y elegantes de Santo Domingo, lleno de hermosos hotelitos de las décadas de los 20, los 30 y los 40, que comparten calles con edificios de pisos, más modernos, y vecindario con el Palacio Presidencial, que actualmente ocupa Leonel Fernández. Dicha ilustre vecindad hace posible que el barrio de Gazcue sea uno de los que sufren menos cortes de suministro eléctrico (un mal que afecta constantemente a casi todo el país, dicho sea de paso, y que obliga a los dominicanos a hacerle frente comprando un alternador que los saque de apuros, si es que se lo permite su presupuesto; abundaré en este asunto y en otros similares otro rato).

Hay en Santo Domingo un recinto lleno de museos y edificios oficiales dedicados a la promoción cultural, llamado Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte, y que ocupa un terreno que hace décadas fue propiedad de Trujillo. Nosotros visitamos lo que nos pareció más interesante del recinto: el Museo del Hombre Dominicano (donde, a pesar de su nombre, también se tiene en cuenta a la mujer dominicana), en el que el visitante puede hacerse una idea de cómo fueron las culturas precolombinas de la isla y en qué consistió el proceso de colonización. Aunque las instalaciones están visiblemente estropeadas por el paso de los años, y algunos carteles y fotografías necesitan restauración urgente, se aprenden algunas cosas interesantes sobre los dominicanos y su historia, entre ellas una fundamental: las culturas africanas llegadas a la isla con los pobres esclavos suponen un pilar imprescindible de la sociedad dominicana.

También hay cosas malas que decir de Santo Domingo, mal que me pese. Por ejemplo, que todas sus calles adolecen del mismo caos: en el 90% de ellas hay enormes agujeros, tanto en las aceras como en las calzadas, frecuentemente hay basura de todo tipo arrojada en cualquier parte, y enormes cables se cruzan de un lado a otro de las calles. Más grave aún, la pobreza en Santo Domingo es evidente, a poco que se dé una vuelta por la ciudad o se salga de ella en dirección a otros lugares del país. Un informe de la UNESCO habla de algunos de los barrios marginales de la capital dominicana en estos términos: “Viven en medio de la basura, en los vertederos donde se evacuan las aguas residuales de la industria, en un terreno cenagoso, sin agua ni servicios sanitarios. En dos barrios pobres, La Ciénaga de Guachapita y Los Gandules, en pleno centro de la ciudad de Santo Domingo, viven 48.000 personas, la mayor parte desempleados o que acaban de llegar del campo. Son seres marginados en el corazón de una capital en la que viven más de un millón de otros marginados. Viven en pequeñas chozas, pegadas unas a otras (el 70% en muy mal estado). Cinco o seis personas, hacinadas en viviendas que tienen entre 18 y 24 m2, se ven obligadas a salir a la calle para lavar a sus hijos u organizar reuniones. ¡Y qué calle! No hay más que lodo, y ningún automóvil podría pasar por allí: sólo los “motoconchos” (motos a las que se les añade un maletero y sirven de taxi) pueden circular. Para buscar agua, algunas mujeres y niños recorren kilómetros a pie. La mayor parte trabajan como “chiriperos”: en medio del camino, venden un día zapatos y otro día cocos, o helados, pasteles hechos en casa o zumos de fruta. Tienen suerte si logran reunir unos 100 dólares mensuales por familia. De ahí que trabajen todos, ya tengan 7 ó 65 años. Hay también una importante corriente de emigración de las mujeres hacia España, donde trabajan como criadas y pueden así dar de comer a toda la familia en Santo Domingo.” De esta durísima situación salen todas esas mujeres que trabajan en España. Espero que lo recordéis y se lo hagáis recordar a los demás, cuando los catetos pensamientos racistas y/o xenófobos que todos tenemos incrustados en el coco os asalten por sorpresa.

Aún me quedan cosas que contar de Quisqueya. Mañana procuraré seguir haciéndolo.

República Dominicana (IV): Desde la guerra de abril hasta hoy

Abril nació como esperanza
a treinta y tantos años de Trujillo
se abrieron bocas que callaban
las voces de Santo Domingo.
Quedó dormido en sus montañas
un ángel fuera del rebaño.
Lo despertaron las pestañas
que cerraban a Caamaño
(”Cita con ángeles”, José A. Rodríguez / Silvio Rodríguez)

Una vez muerto el dictador Trujillo, pudo regresar a la isla desde su exilio Juan Bosch, el fundador del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Bosch había sido un ferviente opositor a Trujillo desde su exilio de más de veinte años, y sus promesas de reformas sociales conquistaron el voto de la mayoría de los dominicanos. En 1963 fue promulgada una Constitución que establecía avances sociales y políticos como las libertades de opinión, de culto y de asociación, el derecho a la vivienda y la igualdad legal entre los hijos nacidos dentro y fuera de los matrimonios; además, se ilegalizaron los monopolios y los latifundios. Todo ello fue demasiado para la oligarquía local: a los siete meses de gobierno, Bosch fue depuesto por un golpe de Estado militar, que derogó la Constitución y nombró a un triunvirato para presidir el país. Bosch regresó al exilio.

En abril de 1965 un grupo de militares constitucionalistas dieron un contragolpe de Estado para retornar a la legalidad de 1963, pero -y a pesar de contar con un amplio respaldo popular- los militares golpistas reaccionaron de inmediato, bombardeando y ametrallando el Palacio Presidencial de Santo Domingo, en el que los constitucionalistas ya habían instalado al Dr. Molina Ureña como nuevo presidente provisional de la República. Entonces el embajador estadounidense -cuyo Gobierno desde el principio apoyó el golpe de Estado reaccionario- advirtió a Francisco Caamaño (uno de los líderes militares constitucionalistas) de que él y los suyos debían rendirse de inmediato. (En la foto inferior, Bosch y Caamaño:)

                  

A los dos días, el presidente Lyndon B. Johnson acusa a la revolución constitucionalista de “comunista”, y ordena el desembarco de 42.000 marines en Santo Domingo. Comienza la segunda ocupación estadounidense, y la resistencia popular constitucionalista.

El 15 y 16 de junio de 1965, las tropas estadounidenses atacaron de la manera más dura a la zona constitucionalista de la capital dominicana. Caamaño, que para entonces ya había asumido el cargo de presidente provisional, declaró que el ataque norteamericano era “un genocidio sin precedentes en la historia del país; contamos ante el momento 67 muertos entre hombres, mujeres y niños, y unos 165 heridos, y aún faltan personas que deben estar muertas en sus casas por las bombas de mortero”. El pueblo y los militares leales resistieron hasta el 30 de agosto de 1965, día en que se firmó un acuerdo tutelado por los Estados Unidos en el que se acordaba la celebración de elecciones presidenciales para el año siguiente. El 3 de septiembre Héctor García Godoy asumió la Presidencia Provisional, y Francisco Caamaño renunció públicamente a su cargo ante miles de dominicanos, que escucharon su emotivo discurso de despedida: “Porque me dio el pueblo el poder, al pueblo vengo a devolver lo que le pertenece. No pudimos vencer, pero tampoco pudimos ser vencidos.”

El 1 de junio de 1966, con las tropas de ocupación aún en Santo Domingo, se celebraron unas nuevas elecciones que ganó Joaquín Balaguer (ya presidente con Trujillo). El Gobierno estadounidense, satisfecho esta vez con el resultado, ordenó el regreso de los marines. Desde Londres, Caamaño afirmó que la presencia militar estadounidense tenía “que haber influido obligatoriamente en las elecciones. No puede haber elecciones libres en un país ocupado por tropas extranjeras”. Muchos ciudadanos dominicanos opinaban lo mismo: las manifestaciones públicas condenando la elección fraudulenta de Balaguer fueron duramente reprimidas.

Balaguer fue desde entonces el sempiterno presidente de la República Dominicana: gobernó otros veintidós años el país, en dos períodos de doce y diez años respectivamente. Sus años de Gobierno se caracterizaron por la represión política y los crímenes de Estado (se dice que es responsabilidad suya la muerte de unos 3.000 dominicanos disidentes), el enriquecimiento de unos pocos y la pauperización de la gran mayoría de la población dominicana, el hiperdesarrollo de la industria de la construcción y una fuerte inversión en obras públicas.

A pesar de todo ello, gobernó hasta el año 1996, en el que junto a su antes rival Juan Bosch (quien por entonces ya tenía síntomas del mal de Alzheimer) dio su apoyo a Leonel Fernández, actual presidente de la República, y principal responsable de la pésima situación en la que viven la mayor parte de los dominicanos. 

             

Nota: Podéis haceros una buena idea de lo que significa la llamada “guerra de abril” para la gente de izquierdas de la República Dominicana leyendo la “Declaración de Santo Domingo” escrita por Narciso Isa para recordar el 42º aniversario de la invasión y la resistencia constitucionalista.

República Dominicana (III): La lucha por la independencia y la dictadura de Trujillo

Continúo con la historia de la República Dominicana: hoy toca recordar cómo se vivió allí desde los convulsos tiempos de la Revolución Francesa hasta la llamada “Era de Trujillo”

El siglo XVIII comenzó para España y sus colonias con la llegada al poder de una nueva dinastía reinante, la francesa casa de Borbón. Para Santo Domingo el cambio supuso la reactivación de su actividad económica, ya que el nuevo Rey introdujo -entre otras reformas económicas- la paulatina relajación de las restricciones al comercio entre España y las colonias. Además, la Corona incentivó la repoblación del norte de la isla con emigrantes procedentes de las islas Canarias, se crearon plantaciones tabaqueras en el valle del Cibao y se reactivó el tráfico de deportados africanos para venderlos como esclavos. Estas medidas contribuyeron a mejorar en parte las condiciones de vida de los habitantes españoles de Quisqueya, pero aún así la mayoría de ellos continuaron viviendo en la pobreza, lo que contrastaba con el alto nivel de vida de la vecina colonia francesa de Saint-Domingue, que por aquel entonces era el lugar más próspero de América.

La Revolución Francesa también llegó a la isla: en 1791 tuvo lugar una sublevación de esclavos en la sección francesa y el 4 de febrero de 1794 la Convención Nacional declaró abolida la esclavitud de los negros en todas las colonias francesas. En ese momento, el jefe rebelde haitiano Toussaint Louverture cambió de bando, dejó de combatir a favor del Gobierno español y se situó al lado de los franceses.

                       

En 1795, tras la Paz de Basilea, España renunció a su soberanía en toda la isla, que pasó a mano francesas. En 1801 Toussaint y su ejército llegaron a la ciudad de Santo Domingo; el 1 de enero de 1804 se proclamó la independencia de Haití, y en Santo Domingo se inicia la Era de Francia. Tras varios episodios que incluyeron una efímera independencia (el “Haití español”), la ex colonia española fue invadida por el gobierno haitiano. La dominación haitiana duró desde 1822 hasta el 27 de febrero de 1844, día de la proclamación de la independencia nacional y de la creación del estado de la República Dominicana. Uno de los padres de esta nueva nación fue Juan Pablo Duarte, quien hoy en día es considerado un héroe local.

Salvo una breve anexión a España, el país se mantuvo independiente de otras potencias hasta la llamada “primera invasión estadounidense” (1916-24). Tras seis años de bonanza económica debida a la subida del precio de la caña de azúcar en los mercados internacionales, el sangriento criminal militar Rafael Leónidas Trujillo accedió al poder mediante un golpe de Estado, en 1930.

              

Trujillo gobernó el país hasta su ajusticiamiento en 1961*, a veces como presidente y a veces como ministro de Relaciones Exteriores del jefe de Estado de turno colocado por él mismo. Este megalómano cruel y corrupto, que rebautizó a la capital Santo Domingo como Ciudad Trujillo, convirtió al país en su propiedad. Toda disidencia, real o imaginaria, fue combatida con salvaje crueldad, y cualquier amenaza contra sus innumerables posesiones reprimida sin contemplaciones.

Durante la larga dictadura de Trujillo se cometieron crímenes sin número por parte de sus sicarios: durante más de tres décadas no hubo el mínimo respeto por la vida humana en la República Dominicana, y nadie estaba a salvo de caer en desgracia. Algunos de los crímenes más famosos y detestables de este aliado de los Estados Unidos en el Caribe fueron la matanza de haitianos de 1937 (año en el que se asesinó a unos 15.000 inocentes ciudadanos, sólo por haber nacido en Haití o por tener la piel lo suficientemente oscura como para parecerlo), o la muerte a golpes de las tres hermanas Mirabal, opositoras al régimen cuyo asesinato se recuerda el 25 de noviembre de cada año, en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Trujillo, que permitió el asilo de judíos europeos en la isla (”para limpiar racialmente el país”, dicen), también recibió a exiliados españoles que huían del régimen fascista español tras la guerra (entre ellos, el abuelo de mi marido, el granadino Antonio Castro), a pesar de -o tal vez por causa de- las buenas relaciones que mantenía con Franco. Los dominicanos con los que he hablado creen que la entrada de republicanos españoles supuso un enriquecimiento en la vida cultural del país, pero parece obvio que si tuvieron algún tipo de influencia política sobre la población dominicana, ésta no fue lo suficientemente fuerte -por una u otra razón- como para poner en peligro al régimen trujillista.

Tras la muerte del tirano llegaron tiempos de esperanza y de frustración para los dominicanos. Mañana os contaré.

              

* Os aconsejo encendidamente la lectura de “La fiesta del chivo“, una novela escrita por Vargas Llosa en la que el escritor relata de manera magistral cómo se gestó el magnicio, cómo tuvo lugar, y qué ocurrió tras el ajusticiamiento del genocida dominicano.