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No dejéis que los niños se les acerquen

Es verdaderamente alucinante lo de la Iglesia católica: hay tantas, pero tantísimas denuncias de violaciones, abusos y acosos sexuales, meteduras de mano, babeos descontrolados y persecuciones diversas a menores y a mayores por parte de los sacerdotes de esa santa institución -a los que sus jefes les prohíben tener vida sexual legal-, que el Papa tiene que ir pidiendo perdón a las víctimas por donde quiera que va.

Bueno, menos en España, donde el coro de fricazos con cocodrilos en el polo y águilas en la bandera (los de “Juanpablo-segundo-tequieretodoelmundo”) perdona al clero todo de antemano. Oye, y es que los niños van provocando… ¿Os acordáis?

Si algún día tengo un hijo, cosa que entra dentro de lo posible por cierto, lo mantendré bien apartado de la Iglesia católica y de sus representantes, por lo menos los masculinos. Y no sólo por la secular afición del clero al envenenamiento mental del prójimo, sino también porque el riesgo de que un niño en sus manos sufra maltratos y abusos es demasiado alto.

Que no, no dejéis que los niños se acerquen a los curas.

Invalidez por deficiencia

Está bien que haya sido hoy, en el cumpleaños del incomparable Nelson Mandela, cuando me he enterado de que en la conferencia de Abdalá el saudí en Madrid, alguien dijo ayer algo justo, sensato y aprovechable.

Y cómo no, tratándose de una reunión de religiosos, ha sido un hindú. Concretamente, Swami Agnivesh, el presidente de Arya Samaj (”sociedad noble”, en sánscrito), un movimiento doctrinario hinduísta creado a finales del siglo XIX en Mumbai para modernizar el hinduísmo y las tradiciones hindúes en India. Sus miembros toman a los Vedas (los primeros textos en sánscrito) como los únicos libros místicos verdaderos, se oponen al culto idólatra, a las peregrinaciones y a los sacrificios de animales, al sistema de castas y a los matrimonios entre niños, y promueven la educación de las mujeres, y en general el bien físico, espiritual y social de todo el mundo. Uno de los principios de Arya Samaj es que la conducta de sus miembros hacia los demás debe estar siempre guiada por el amor, la rectitud y la justicia.

Cumpliendo con todo lo anterior, Swami Agnivesh se vio obligado a protestar dulcemente por la falta de mujeres en la Conferencia: “La mujer representa a más de la mitad de la humanidad. En el futuro, las conferencias de este tipo deben reflejarlo”, dijo. Menos mal que a uno de los más de treinta ponentes de este concilio, todos ellos hombres, le parece mal la ausencia de mujeres allí.

Su postura contrasta brutalmente con la del ideólogo de la Conferencia, Abdalá, en cuyo desértico y millonario reino sus súbditos sufren una situación descrita por Amnistía Internacional como “un régimen secreto de sufrimiento”. Las mujeres saudíes sufren más que los hombres en su país, como explica detalladamente este informe de AI titulado “Arabia Saudí: Las mujeres, víctimas de graves abusos contra los derechos humanos”, y que afirma que el país árabe hay “leyes y costumbres que discriminan específicamente a la mujer, ausencia de leyes y otras medidas que contrarresten la discriminación, leyes que parecen neutrales pero que pueden tener un efecto discriminatorio sobre la mujer o perpetuar su discriminación, y ausencia de aplicación o aplicación inadecuada de las leyes que garantizan los derechos humanos.” En general, en Arabia las mujeres son apartadas de la vida activa y están condenadas a una existencia sometida al deseo de los hombres que viven con ellas, y que en cierto modo las poseen.

Claro que las religiones representadas en la Conferencia apenas pueden dar lección alguna a la sociedad saudí: ni en el Islam, ni en el judaísmo, ni en el cristianismo, ni en el budismo se trata bien a las mujeres religiosas, sean monjas o sacerdotisas o simplemente miembros (o “miembras”) de la parroquia. En el mejor de los casos, el papel de las mujeres es secundario, de meras comparsas de sus superiores hombres.

Entramos en un terreno complicado: si casi siempre las religiones mayoritarias en el mundo tratan a más de la mitad de la humanidad de modo displicente y discriminatorio, ¿el necesario diálogo entre culturas y civilizaciones debe pasar por los representantes de dichas religiones?

Me opongo rotundamente a esa idea. Y me avergüenza que se haya puesto en escena precisamente en Madrid.