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La valla

La valla que separa España de Marruecos en Melilla ha soportado (mucho mejor que mi estómago) otros dos episodios horribles esta semana: En Melilla, 500 hombres jóvenes, deseosos de ganarse la vida haciendo algo útil, pobres de solemnidad, intentaron el otro día tomar al asalto la posibilidad de vivir en Europa. Algunos al menos consiguieron saltar la alambrada y sentarse en suelo español a pedir limosna. Otros, ni siquiera eso. No son pocos los que mostraban terribles heridas, los zarpazos producidos por las púas metálicas que recubren la valla fronteriza. Lo de Ceuta ha sido aún más grave: la avalancha de desarrapados ha producido cuatro muertes entre los asaltantes, algunos de los cuales han sido tiroteados por la policía fronteriza marroquí y seguro que también -aunque no lo digan los periódicos, y las autoridades españolas lo nieguen- por esa panda de energúmenos vestidos de verde que patrullan la frontera bajo el nombre de “Guardia Civil”.

Bueno, vamos a ver: ¿es que soy la única a la que le da auténtica vergüenza vivir en un país, en un continente, que eleva alambres de espino para protegerse de los negros pobres de África? Porque yo sí tengo vergüenza. Otros no la tienen, ni la conocen. ¿Qué pasa, que somos muchos, que no cabe nadie más? Yo me comprometo a dar nombres de todos los corruptos, malvados, guarros e imbéciles que sobran a mi alrededor. Conozco una detestable y abultada cantidad de ellos: algunos han sido ministros. Por cada ser prescindible que larguemos para Marruecos, para que el dictador Mohamed se lo meta donde le quepa, que entre un hombre o una mujer de más abajo del Sáhara. Sería un proceso de equilibrio membranario: Una especie de ósmosis demográfica. Se mantendría una entropía perfecta. Y aquí paz, y después gloria, todos contentos. Nos ahorraríamos esas imágenes que dan horror.

Mucho más del que nunca me produjo el famoso “Muro de la vergüenza”, el de Berlín. Claro, ése sí. Ése daba una vergüenza que te cagas. Que sí, que vale, que no digo yo que no haya que poner un mote a los muros que no dejan que la gente circule libremente. Pero, eso sí, entonces hay que hacerlo con todos. Si no quieren repetir, no tienen por qué hacerlo. A la famosa valla (que Zapatero promete hacer más y más, y más alta) se la puede llamar Valla de la Abyección, de la Indecencia, del Bochorno, de la Obscenidad, de la Humillación, de la Indignidad, de la Abominación o de la Infamia. La Valla de la Muerte.

No sé qué demonios espera el Gobierno español que ocurra, pero parece evidente que la desesperación de estas personas que intentan saltar la valla no conoce límites ni teme obstáculo alguno. No parece que haya motivo para que estos asaltos dejen de ocurrir. Supongo que cada vez serán más graves, y que cada vez habrá más muertos. A la desesperada, Zapatero ha anunciado que enviará al Ejército español a la frontera para tratar de contener a los posibles inmigrantes, no sé si para quitarse de encima la responsabilidad de dejar el asunto en manos de guardias civiles (gente sin preparación de ningún tipo, tíos más brutos que un arado y bastante violentos). Me da que si al presidente del Gobierno le hace ilusión parecer coherente debe renunciar a su teoría de la Alianza de Civilizaciones o bien acabar con la valla. Una de dos.

El Tamil

Algunos pueblos indígenas mesoamericanos recogen la identidad individual de las personas que pertenecen a ellos mediante una hermosa figura antropológica, que es además compendio y reflejo perfecto de su cultura: se trata del tamil. El tamil es la historia de cada cual, lo que hace diferente a cada hombre y cada mujer del resto de seres vivos. Hay tantos tamiles como personas hay, y cada uno es distinto del resto al menos en una porción de detalles. Cada historia, cada tamil, es también biografía, crónica vital, experiencias y memorias, realidad y ficción.

Cada uno organiza su tamil como quiere: puede ser real o imaginado, en parte o en su totalidad, y ser ampliado o mejorado tantas veces como guste su dueño (o compañero, por mejor decir). Algunos los recogen por escrito y otros no. Hay quienes los hacen públicos, y los comparten con quienes quieren interesarse por los tamiles ajenos, y los hay que prefieren guardarlos para ellos, o como mucho para los más allegados. Cuando alguien muere, su tamil acompaña el recuerdo del difunto en las personas que lo sobreviven, si tal había sido el deseo de su responsable. Me gustaría que se observase cuánta es la libertad que se otorga al individuo, y qué positivamente se valora la inventiva.

Las culturas con tamil (tamílicas) contemplan el mundo con sensibilidad y sagacidad, sienten un notable respeto hacia la gente, las plantas y los animales, y son profundamente responsables con la vida y con el mundo.

Le otorgan una importancia fundamental a las diferencias interpersonales y a la diversidad. Las rarezas particulares son contempladas como virtudes, no como molestos escollos en las relaciones personales que hay que procurar esquivar, por una parte, y limar, por la otra. Para los pueblos tamílicos la disparidad es buena y enriquecedora, poco menos que un milagro.

Se entenderá que estas personas no comprendan a qué se refieren las noticias que aparecen en prensa. El antropólogo holandés Tom Zuidema relata su encuentro en 1990 con un joven descendiente de la raza olmeca y habitante de la ciudad mejicana de Cholula, que expresó al estudioso su desconcierto cuando supo que en los titulares de los periódicos se anunciaba la muerte de varios centenares de personas que perdían la vida al mismo tiempo, sin detenerse siquiera en cuidar de transmitir la identidad de cada cadáver, así fuese sencillamente a través de los nombres de las víctimas. “Muchas veces no es posible saber cómo se llaman los muertos”, le indicó Zuidema. “En ese caso,” dijo el joven indígena, “más vale que no hablen de gente que no conocen.” No es de extrañar que en este mundo tan irrespetuoso, en el que la vida de las personas pobres sólo tiene algo de importancia si termina en compañía de la de muchos otros desgraciados, en el que mueren de hacinamiento los inmigrantes más desfavorecidos de París sin que nadie haga nada por evitarlo, las culturas tamílicas tengan que resistir al exterminio dentro de reservas que las preserven.

       Lo que tal vez no os extrañe tampoco es que no tengo conocimiento de que lo que os he contado sobre los tamiles tenga algo de cierto. Al desperezarme esta mañana me parecía que tenía todo el sentido la existencia de esos compañeros de vida que se me han aparecido en sueños. Y de inmediato he pensado que mi sueño merecía formar parte de mi tamil particular, tanto como vosotros.

Volando voy, volando vengo

Este mes de agosto que aún colea ha sido particular y desgraciadamente abundante en catástrofes aeronáuticas. Nada menos que cuatro aviones que transportaban pasaje en diversos lugares del mundo han sufrido gravísimos accidentes, en los cuales han muerto más de tres centenas de personas, y han resultado heridas otras tantas. Impelido por esta triste circunstancia, el Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA) encuentra las causas de esta lamentable concurrencia en la cada vez mayor reducción de costes en todas las líneas aéreas, y en especial en el sector de las de bajo precio. Según los pilotos, tal reducción de costes afecta directamente a la seguridad, en el sentido de que las aeronaves actualmente en uso no cumplirían los requisitos necesarios para la navegación, sencillamente porque resultaría demasiado caro mantener los aviones en buen estado de vuelo, cobrando lo que se cobra por billete en aerolíneas de bajo coste como la ya famosa Ryan Airlines o la veterana Easyjet. Tal parecer trascendió hace unos días de la publicación de un informe elaborado por el SEPLA al respecto.Esta alarmante opinión, de la que no se puede deducir otra cosa que un aumento del número de accidentes aéreos en lo venidero, se ha reforzado últimamente con la denuncia, también por parte del sindicato de pilotos, de la (sic) “ausencia de una inspección aeronáutica eficaz” en España. Según los datos ofrecidos por el Ministerio de Fomento, menos del 0,1% de los vuelos que llegaron a la red de aeropuertos españoles durante 2004 fueron sometidos a una inspección: “durante 2004 se realizaron tan sólo 213 inspecciones de operaciones de vuelo para más de 1,7 millones de aeronaves”, afirma el comunicado del SEPLA.Reconozco que me incomoda pensar que sea tan bajo el porcentaje de aeronaves inspeccionadas, pero ignoro en absoluto si la inspección de los aviones es una acción que debería tener lugar en mayor medida, o bien se trata de un evento excepcional, tanto como lo son las inspecciones escolares en los colegios o las que Hacienda decide llevar a cabo de vez en cuando. Lo que sé a ciencia cierta (sobre todo porque a causa de ello he tenido que esperar en algún aeropuerto) es que las revisiones mecánicas, de fuselaje y similares, son cotidianas.Hay aún otras razones para la tranquilidad, que comparto con vosotros:1) El SEPLA parece centrarse en su denuncia en las compañías de bajo coste. Tengamos en cuenta que este sindicato, que en teoría es un sindicato español en el que se agrupan la mayoría de pilotos españoles independientemente de la aerolínea para la que trabajen, es en realidad el sindicato de pilotos de Iberia. Tengamos también en cuenta que a Iberia le está haciendo un daño serio la competencia de las líneas que operan vuelos de bajo coste. Atad cabos: creo que es información suficiente para no tomar al pie de la letra la crítica del SEPLA.2) Por otra parte, de los cuatro accidentes aéreos habidos este mes, únicamente dos han sido de naves pertenecientes a compañías que expenden billetes a precios módicos (West Caribbean, en Venezuela, y Helios en Grecia). Los otros dos eran aviones de Air France (Canadá) y Tans Perú (Pucallpa). Con tal -y tan escaso- dato estadístico, no hay manera de concluir que la falta de seguridad afecta sobre todo a las aerolíneas de bajo coste.3) Cuando un avión queda fuera de uso, la empresa propietaria, si es una aerolínea modesta (precisamente el caso de las aerolíneas de bajo coste), puede darse por cerrada. El coste de nuevo avión es tan excesivo que más vale dedicarse a otra cosa. Eso lo saben perfectamente lo dueños de las líneas aéreas. No hace falta tomarlos por gentes prudentes, razonables y cariñosas, pero no los tomemos por idiotas: si no se aseguran mínimamente de que sus aviones no se estrellen cada dos por tres, no duran un mes en el negocio.4) A pesar del SEPLA, y éste es un dato archiconocido, la mayor parte de los accidentes aéreos se deben a fallos humanos, no a fallos mecánicos.Teniendo todo esto en cuenta, no creo que haya que alarmarse más de lo necesario. Aún sigue siendo el transporte aéreo el medio más seguro para ir de un sitio a otro, y desde luego el más rápido. De todos modos, no estaría mal que el Ministerio de Fomento tomase en serio la denuncia del SEPLA respecto a la escasez de inspecciones en el sector, e hiciese públicas, a su vez, sus conclusiones. Para no volver loca a la gente más de lo necesario, sobre todo.

Algunos son más iguales que otros

La tragedia griega que han escenificado el ministro Bono y su jefe ante toda España, a cuento de la muerte de diecisiete ciudadanos en Afganistán, es desopilante de puro exagerada. No es que reproche a Zapatero hacer alarde de honda preocupación, le inquiete mucho o poco el deceso de los militares. Lo encuentro lógico: cualquiera se permite la licencia de relajarse medio minuto ante esta circunstancia, después de lo que ocurrió en Turquía con el Yakolev, en tiempos de Aznar y de Trillo, y teniendo en cuenta la canalla que actualmente manda en el Partido Popular. Tienen más miedo que vergüenza. Literalmente.Sólo es que me da la risa cuando veo a alguien sobreactuar: el rostro demudado de Zapatero al hablar con Bono -más propio de un reciente huérfano de doce años que de alguien que quiere simular el más profundo de los disgustos-, sus aparentemente emocionadas palabras de calurosa felicitación al glorioso ejército español, y su afectado recuerdo a los familiares de los muertos, resultan tan recauchutados como el traje de funerario que llevaba puesto. Lo del ministro de Defensa era aún más divertido, pero su actuación pertenece a otra modalidad: Bono se encuentra en su salsa en este tipo de paripés. Se le ve más suelto, más cómodo. Al menos no parece una plañidera de a real la hora. Suelta ingeniosas morcillas (“si te parece, volveremos a España en el mismo avión que transportará los féretros”) y no se pasa tanto de rosca como su jefe (podría haber dicho: “¿te parece bien que me meta en un ataúd, para así sentir con empatía sin igual el sufrimiento de los cadáveres?”, y no lo hizo).Claro, que este asunto también consigue ponerme de mal humor. No logro entender por qué cada militar que la palma en su puesto de trabajo tiene que producir infinitamente más dolor y consternación en nuestros gobernantes, que cuando fallece cualquier otro individuo. (Aunque sea a manos de la Benemérita.) El último fin de semana murieron cuarenta y tantos seres humanos por las carreteras de España. Nadie vio al ministro de Interior interrumpir su descanso estival para trasladarse al kilómetro 300 de la A-3 y así investigar in situ por qué mierdas muere tanta gente en las carreteras. Es más: ni siquiera escuché a ningún responsable de la Administración expresar su pesar por dichas muertes. Tampoco les preocupa en apariencia que se maten tantos albañiles en el tajo, o que no lleguen vivas a España tantas personas que viajan en patera hacia nuestras costas. Ni se hinchan a llorar cuando hay un accidente de tren, vamos.Está claro: si mueres trabajando, procura que tu trabajo consista en ayudar a los Estados Unidos a invadir ilegítimamente un país que no te ha hecho nada. Si te pillan torturando o asesinando, procura trabajar para los servicios y fuerzas de seguridad del Estado. Para todo lo demás, procura tener suficiente pasta. Si no, apáñatelas como puedas. Y que te llore tu tía la del pueblo. Todos somos iguales, pero…

¡Soy libre!*

He dejado de fumar, tras dieciocho años fumando ininterrumpidamente, últimamente ya dos cajetillas al día. Aunque recuerdo con desánimo algunas intentonas por dejar esta adicción, en realidad ésta es la primera vez que va en serio. Y la definitiva: no tengo intención de volver a aspirar humo voluntariamente nunca más. A los que fumáis no necesito explicaros cuáles son las razones que me mueven a no volver a encender un cigarrillo. A los que no fumáis, tampoco. Son tantas, y tan diversas, que me tortura haber pasado la mitad de mi vida castigándome de esta manera. En fin, más vale tarde que nunca (todavía soy joven, el sábado cumplo 36 años).Supongo que algunos pensaréis, escépticos, que aún estoy en peligro de recaer. Os diré que tengo muchas menos posibilidades de volver a caer en la trampa de la nicotina que cuando comencé a fumar, a los diecisiete años. Entonces no tenía idea de cuál es la terrible fuerza adictiva del tabaco. Ahora lo sé (¡vaya si lo sé!), y sé también que no quiero volver a caer en esa esclavitud. Quiero ser libre en la medida de lo posible. Nunca es descartable el hecho de que algún horrible incidente me haga perder el juicio y el aprecio que ahora siento por mi vida, y por la calidad de la misma, y decida volver a fumar, prenderme fuego delante de una sucursal del BBVA, o cortarme las orejas con una cuchilla de afeitar. Nunca se sabe, pero espero que no se tuerzan tanto las cosas.Otros quizá creáis que no estoy diciendo la verdad, y que fumo algún cigarro a escondidas. No os lo reprocho: los adictos son gente muy mentirosa. Sin embargo, no es el caso. No quiero fumar en absoluto. Por eso no fumo.No he utilizado chicles de nicotina, tampoco parches o algo parecido: no quiero volver a introducir nunca ni un gramo de nicotina en mi cuerpo, si de mí depende. Estoy procurando, asimismo, no sustituir los cigarrillos por ninguna otra cosa: se trata de librarse de una adicción, no de caer en otra. De todos modos, esta primera semana libre de tabaco la estoy dedicando a darme caprichos. Al fin y al cabo, no fumar es causa justificada de celebración.Ahora que soy libre (¡Free, God Almighty, free at last!) os diré a los que fumáis que el pensamiento de que el síndrome de abstinencia que provoca la ausencia de la nicotina es tan terrible que no podréis enfrentaros a ello, carece de todo fundamento: dejar de fumar no duele. Todo lo más, te produce una rara sensación de vacío en el estómago -como cuando tenemos hambre, es algo parecido-, y una especie de sequedad en la boca y la garganta, hasta que la nicotina desaparece de la sangre y deja de molestar. Quizá os cueste conciliar el sueño las dos primeras noches. No pasa nada: se compensará con lo magníficamente bien que dormiréis a partir de la tercera noche, ¡como cuando no fumabais! Una delicia. Claro que pensaréis muy a menudo en el tabaco, sin querer: en mi caso, tras tantos años comprando paquetes de Fortuna en quioscos, estancos y máquinas de tabaco (¿cuánto dinero habré gastado?), estos días me asalta el pensamiento de que tengo que comprar cigarrillos… ¡Hasta que me doy cuenta de que ya no fumo! Y me alegro, claro. Se trata de acostumbrarse a vivir sin tabaco. Hay que darse tiempo. Durante algún tiempo el tabaco estará asociado en los recientes ex fumadores a muchas situaciones (el café, tomar algo por ahí, la comida, salir del cine o de un museo…). Hasta que dichas situaciones se hayan repetido sin tabaco el suficiente número de veces como para que resulten exactamente igual de naturales que antes nos resultaban, acompañadas de un cigarrillo. Ahora mismo, me choca que no haya un cigarrillo consumiéndose en el cenicero (que ahora permanece inmaculado) de mi mesa, como solía ocurrir mientras escribía. Ya me haré a ello.Tal vez creáis que dejar de fumar es cosa de hombres, como el brandy Soberano. Me refiero a que circula la especie de que hay que ser valiente y arrojado para no volver a fumar (“hay que echarle un par, no hay otra”). En realidad, eso es lo que ocurre si el que intenta dejar el tabaco está deseando volver a fumar. ¡Hace falta ser casi un héroe mitológico para resistirse a un hábito tan poderosamente adictivo! El secreto está en querer dejarlo. No me refiero a preferir no fumar, sino a detestar echar humo, oler y saber a tabaco, criarse un cáncer, destrozarse los dientes, provocarse la intranquilidad que despierta necesitar una dosis de nicotina, y dejarse una pasta en todo ello.A pesar de lo dicho, no se me escapa cuánta es también aquí la inmoralidad de las autoridades, que tratan a los pobres fumadores como antes se trataba a los leprosos, y que sin embargo permiten la venta de la droga (y se benefician con ello) que acaba con la calidad de vida de esta gente, cuando no con su vida misma, en medio del desprecio de la sociedad que, compuesta paradójicamente por fumadores y no fumadores, no entiende que no comenzamos a fumar porque queramos, sino porque resulta prácticamente imposible no probar el tabaco (una de las drogas más rápidamente adictivas que existen), alguna vez en la vida. Con la mierda de ayuda que facilitan y lo rentable que resulta la venta de tabaco, no puedo tomarme en serio eso de que quieren que dejemos de fumar: como mucho, quieren que fumemos jodidos, pasando frío o calor en la calle o escondidos en la intimidad de nuestras casas. La campaña de guardarropía que han hecho para la televisión es tercermundista.Me temo que tendréis que dejar de fumar utilizando sólo vuestro intelecto. Si de verdad no queréis fumar, no fumaréis… Es tan fácil como eso. Y no cuesta tanto, ánimo.  ———————————————————-* Ya sabéis que soy una melómana sin remedio. Para ilustrar esta nueva etapa de mi vida, libre del tabaco, he acudido a un tema de The Who que aparece en la ópera-rock escrita por el gran Pete Townsend, Tommy, y que creo que viene al pelo. Esta canción, que Daltrey/Tommy canta cuando al fin se libera de su aislamiento sensorial (era sordo, ciego y mudo), se titula “I’m Free” (“Soy libre”), y su letra reza así (como es habitual, os facilito traducción al castellano): I’m FreeI’m free — I’m free,
And freedom tastes of reality!
I’m free — I’m free,
And I’m waiting for you to follow me.
If I told you what it takes
To reach the highest high,
You’d laugh and sayNothing’s that simple.”
But you’ve been told many times before
Messiahs pointed to the door
And no one had the guts to leave the temple!
I’m free — I’m free,
And I’m waiting for you to follow me.
I’m free — I’m free,
And I’m waiting for you to follow me.
 (Soy libre Soy libre, soy libre,Y la libertad sabe a realidad.Soy libre, soy libre,Y estoy esperando a que me sigas.Si te dijera lo que cuestaLlegar a lo más alto,Te reirías y dirías: “Nada es tan sencillo.”·Pero te lo han dicho muchas veces antes,Los Mesías señalaban la puerta,¡Y nadie tenía las narices de marcharse del templo!Soy libre, soy libre…)

En defensa de la esclavitud

Es un hecho constatado que la desocupación y la precariedad laboral producen una importante cantidad de problemas en las sociedades occidentales. Los individuos que no son capaces de ganarse el sustento debidamente, por cualesquiera razones que esto impidan, constituyen una fuente de contratiempos para el resto: dado que la mayor parte de ellos no tiene intención de dejarse morir de hambre, los recursos que estas gentes utilizan para lograr su manutención suelen ser lesivos para los demás. La delincuencia y la violencia tienen en la pobreza sus causas principales. Por otra parte, es una realidad conocida que la escasez pecuniaria da lugar en el que la padece a enfermedades físicas y mentales que deben ser tratadas en ocasiones por la medicina pública -con el consiguiente gasto que ello genera-, y provoca además malos hábitos y costumbres poco edificantes, que hacen de estos hombres y mujeres con pocos ingresos una turba cuya compañía no resulta agradable para los que por fortuna no nos encontramos en su situación.No son desdeñables, tampoco, las molestias que producen en la ciudadanía las situaciones laborales inestables y frágiles, cuando éstas perjudican a un colectivo reivindicativo y poco conformista. Creo que no es necesario recordar cómo incomodan al tránsito rodado de nuestras ciudades las manifestaciones de trabajadores que intentan que no los despidan, o que tratan de que su sueldo se incremente en cierta medida. En ocasiones el conflicto llega a extremos tan desagradables como en el caso del campamento que los trabajadores de Sintel lograron instalar en el Paseo de la Castellana de Madrid, una de las vías principales de la capital española. La presencia de aquellos desocupados harapientos parapetados en sus tiendas de campaña ofendía los sentidos del que los veía.Es este cúmulo de inconvenientes que produce en nuestros días el trabajo asalariado ordinario, el que me ha movido a intentar encontrar una solución al caso. Y creo haberla hallado en la defensa del sistema esclavista. Es preferible nacer y morir esclavo, obligando a un amo a procurar el sustento propio, que pelear toda una vida por un salario cuyo mantenimiento nunca está garantizado.*La principal razón, aunque no sea la única, por la cual creo que la situación de los trabajadores asalariados mejoraría notablemente si se sometiesen a un régimen de esclavitud, no es otra que la estabilidad que dicha relación económica posibilita para el productor. (Es importante destacar que la condición de esclavitud a que me refiero y que defiendo no debería posibilitar que los esclavos fueran liberados, vendidos o prestados sin la conformidad expresa de los hombres y mujeres en propiedad.)En las sociedades antiguas, como la grecolatina, la egipcia o la babilonia, la posesión de un esclavo obligaba al amo a suministrarle alimento, alojamiento y vestimenta mientras estuviera a su cargo. Así el productor, en lugar de recibir una soldada a cambio de la venta de su fuerza de trabajo, recibía la garantía de su manutención y de la de su familia, en tanto no fuera manumitido. Teniendo en cuenta que la remuneración que reciben los asalariados actualmente apenas alcanza en muchas ocasiones para sufragar el gasto de los bienes de primera necesidad que se necesitan para mantener una vida digna, el paso de asalariado a esclavo no supondría perjuicio alguno para el productor, en este aspecto: en muchas ocasiones incluso mejorarían sus condiciones de vida.Además, y he aquí el quid de la cuestión, el esclavo tiene la garantía de que no va a ser despedido, no dependen sus ingresos de la buena voluntad de su pagador ni de la honradez o la habilidad de quienes se encargan de negociar su salario en su nombre (v.g., los sindicatos), ni tampoco tiene su poder adquisitivo que someterse a los flujos económicos de la sociedad en la que vive. En estas condiciones, el equilibrio emocional de los productores estaría asegurado en gran medida: no se daría lugar a las muy perjudiciales frustraciones laborales (dado que no habría posibilidad de formarse expectativas), y los esclavos trabajarían satisfechos al no sentir que su situación personal, y la de su familia, puede variar sensiblemente en cualquier momento.Por otra parte, una sociedad esclavista que garantizase una calidad de vida razonable a los esclavos evitaría la agitación social que resulta de la lucha por la mejora de las condiciones de los asalariados, y todos los inconvenientes que aquélla genera.Lo expuesto me parece suficiente motivo para que las personas de buen fondo se pasen al bando de los esclavistas: entiendo que resulta evidente que todos saldríamos ganando en una sociedad que funcionase de esta manera, en comparación con el actual estado de cosas. _______________________ * “Está de coña”, pensaréis. A decir verdad, no del todo: cuando mi suegro, que a veces me da ideas, me sugirió ésta, sólo vi la posibilidad de ensayar una lacerante ironía. Al pasarla a letras, sin embargo, me he dado cuenta de que esta defensa (en plan Swift), con toda su retranca, no es tan descabellada como podría parecer. Y es que vivimos tiempos muy difíciles.

…Y me piro

Chicas y chicos, me voy de vacaciones. ¡Por fin! Ya os contaré, voy a visitar Portugal. Hasta la vuelta, besos y abrazos.

Familia no hay más que una

Estoy harta de ver en la tele manifestaciones de fundamentalistas católicos (antes se llamaban “procesiones”). Por lo visto, se creen que tienen perfecto derecho a ir por ahí exigiendo que todo el mundo se comporte como ellos creen que hay que comportarse, que todos vivamos como ellos creen que se debe vivir, y lo que es más grave y para mí más incomprensible, creamos lo que ellos creen. Les pasa como a todos los forofos: no ven más allá de sus narices, y están convencidos de que su realidad es la única posible. Pues bien, tengo una sorpresa para ellos: el marco legal español sólo garantiza que cada cual haga de su capa un sayo, siempre y cuando respete a los demás. Como no es el caso, no tienen derecho alguno a hacer lo que hacen. Que los demás se lo aguantemos porque somos mejores que ellos, no quiere decir nada al respecto.

En cuanto a la presunta bondad sin parangón de la institución familiar, no la veo por ningún sitio. Todos sabemos que la familia es el ámbito en el que se producen más crímenes, más agresiones, mayor número de vejaciones y malos tratos. No es ningún secreto que a causa de la violencia familiar mueren más mujeres, hombres, viejos y niños que por cualquier otra razón. No es que me oponga a que existan familias cohesionadas y felices, pero me niego en redondo a participar de la opinión de que es estrictamente necesario que la institución familiar, tal y como la hemos entendido históricamente, sea un bien necesario y prácticamente obligatorio. No es así. Y si hay quienes encuentran alguna alternativa que la mejore -lo cual no es en absoluto complicado-, adelante con ella.No entro a opinar acerca de qué les parece a todos éstos la homosexualidad. Me da repelús que haya personas así, y que además no sean capaces de percibir lo desagradables que resultan.

Qué corte

Qué corte debe de dar ser militante del Partido Popular. Eso de manifestarse públicamente exigiendo al Gobierno que no dialogue… No al diálogo. Qué fuerte. Me contaron el otro día que un par de energúmenos recorrían su oficina recogiendo firmas contra el diálogo con ETA. Alguien sensato, a quien le daba vergüenza negarse simplemente a firmar tal cosa, les pidió que le dejasen leer el texto que se estaba firmando. No había texto. Claro, unos tipos que piden firmas en contra del diálogo, ¿para qué van a argumentar nada? Lo contrario me habría parecido profundamente incoherente. Pero, de todos modos, ¿no les da corte?Sus dirigentes no paran de inventar situaciones embarazosas. Como la manifestación en contra de la devolución al Govern catalán de la documentación robada por las tropas fascistas durante la guerra civil, para organizar la represión de sus enemigos, y asegurar la erradicación de la militancia izquierdista en Cataluña, y en el resto de España. Qué corte, caray, qué corte debe dar negarse en público y a gritos al traslado físico de un montón de papeles al lugar en que legítimamente se los debe custodiar, en estos tiempos en los que los soportes digitales hacen posible que un mismo legajo se encuentre en óptimas condiciones de consulta en cualquier parte del mundo. Y qué corte compartir manifestación con esos elementos que piden la muerte de Carod-Rovira. Qué corte que se note que uno es un facha. Pero qué corte.  Los que después de estas dos duras pruebas acudan a la manifestación de Madrid en contra del matrimonio entre homosexuales serán unos campeones, unos resistentes al corte. Porque qué corte, ¡qué corte!, quedar ante el mundo como un sectario y un fanático que detesta la idea de que los homosexuales -que les deben parecer unos guarros y unos viciosos- se casen entre sí, como si eso afectara en algo al resto de la población.

Sólo se me ocurre que no tienen vergüenza. Que son unos sinvergüenzas, vamos.

 

Despedida

Nunca se me había ocurrido que fuera tan difícil escribir el último texto de uno. Reconozco que los pensamientos suicidas con los que he intentado conciliar el sueño durante los últimos meses tenían su parte romántica, que yo he cultivado con fruición, y de la que es pieza sustancial, sin duda, dejar por escrito como antes se hacía el porqué de la muerte propia, y de paso el porqué de la vida llevada, también. No dejo de reconocer asimismo que todo esto no es sino un ejercicio de narcisismo asqueroso, pero supongo que se me permitirá la debilidad, dadas las circunstancias que a continuación expondré.

Dejo la vida con tranquilidad y con deleite. Por decirlo rápida y rotundamente, no puedo más. Dentro de un rato -cuando revise el borrador de lo que ahora escribo- abandonaré la clandestinidad para siempre. Una clandestinidad peculiar, tal vez poco frecuente, pero clandestinidad al fin. Me explicaré: soy (he sido) una buena persona de incógnito. Soy educado, servicial, amable, comprensivo, tolerante con las debilidades propias y ajenas, simpático, buen amigo, detallista y considerado. Siempre fui así.

Desde pequeño he detestado a los abusones, los maleducados, los cínicos, los maledicentes, los intransigentes, los prepotentes, los enredadores… Nunca pude con la maldad: se me llevaban los demonios cuando tenía noticia de cualquier maltrato infligido a un animal o una persona que no pudiese defenderse de su agresor. Ardía en cólera cuando contemplaba a alguien portarse mezquinamente, hablar mal de todo el mundo, beneficiarse a costa del mal ajeno, o simplemente mostrar desdén hacia alguien por el simple placer de sentirse superior a algún pobre diablo que deja hacer. De hecho, tal vez por mi naturaleza bondadosa, siempre pensé que la maldad en estado puro, la que no tiene remedio, se daba en la especie humana en una proporción tan escasa que no tenía interés tomarla en serio. Siempre fui partidario de la idea de que, a pesar de que el ambiente en el que la gente viva (en eso no me engañé jamás) sea pestilentemente maligno, si alguien se ocupa en hacer ver que es mucho más agradable y reconfortante comportarse bien que no hacerlo, el personal tiende a abandonar las malas maneras, y prefiere ser beneficioso para los demás.

Lamentablemente, a mediados de la treintena comencé a darme cuenta de que tales creencias eran patéticamente cándidas, y de que no se ajustaban a la fea realidad que comenzaba a conocer con profundidad. No tanto acerca del hecho de que la maldad pura o metafísica se dé tan a menudo como a simple vista parece, pero sí en lo que respecta al comportamiento manifiesto de la gente, tuve que reconocer con pesar que toda mi vida había vivido en un engaño de funestas consecuencias personales: las personas con las que tenía que convivir cotidianamente se comportaban de una manera tan infecta que a duras penas podía creer que no se dieran cuenta de lo detestables que resultaban. Urdían artimañas sin parar para beneficiarse de cualquier situación de la que se pudiera sacar partido, sin parar mientes en a quién perjudicaba su conducta; gozaban cuando alguien ponía a caer de un burro a otra persona, y de nadie hablaban bien; reían ante el error ajeno, y procuraban que las equivocaciones de los demás se hicieran públicas; pensaban sólo en sí y tal vez en algún familiar o similar; se hacían pasar por gentes consideradas ante la desgracia ajena, cuando la verdad es que por lo general les importaba un pito el sufrimiento de los demás y a veces hasta se deleitaban con él; hacían trampas y robaban; y por fin, era tal su envidia que cuando la sentían se cegaba su entendimiento sin posibilidad de remisión, y eran capaces de hacer o decir auténticas bestialidades para sentirse confortados. Teniendo esto en cuenta, es fácil comprender por qué a mí se me hizo la vida imposible en pocos meses: Durante una época de mi vida que no puedo recordar sin que las lágrimas evoquen cuánto sufrí por aquel entonces, mi buena conducta me creó, paradójicamente, numerosos y peligrosísimos enemigos. Tal y como era de podrida su naturaleza, mi entorno no dudó ni por un momento que mis atenciones, mis amabilidades, mi paciencia y mis esfuerzos por llevarme bien con la gente no eran sino los mimbres de un abyecto plan por parecer un bendito, siendo una especie de genio del mal en realidad. Se me atacó por todos los frentes posibles, se me ninguneó, se me marginó. Alguno quiso hasta pegarme.

Comprendí, y así comenzó mi vida en la clandestinidad, que tenía que hacerme pasar por un tipejo sin complejos. Decidí fingir que me había hartado de disimular, y simulé que era cierto lo que todos habían pensado: en efecto, era un lobo con piel de cordero. Así, me esforcé en insultar cobardemente a todo el mundo a sus espaldas y en presencia de regocijado público (que al fin veían cómo yo también compartía su inmunda manera de ser). Al principio me costó: no es fácil encontrar defectos en todas las personas que se conocen, y lo suficientemente asquerosos además como para poder hacer mangas y capirotes de las reputaciones de los aludidos. Tuve que inventarme la mayor parte de lo que afirmaba. Después logré hacerme una sólida fama de arribista sin escrúpulos (lo cual, por cierto, me trajo numerosos beneficios laborales). Con los años, adquirí una consolidada práctica en el embuste despiadado y en mostrar sin reparos una nauseabunda mala educación. Conseguí ser temido y respetado. Me dejaron tranquilo. Creo que me tenían miedo.

Pero llevo aguantando el tipo más de diez años. Es espantoso hacerse pasar día tras día por alguien que no se es. Espantoso de verdad. Insufrible. Y lo peor de todo es que de tanto parecer un cabronazo estoy comenzando a serlo. Ya no encuentro la diferencia entre parecer un execrable personaje y ser un asqueroso de verdad. Casi he olvidado los honrados principios de los que tan orgulloso me sentía.

No tengo otra salida que matarme. No puedo abandonar el trabajo, y he engañado a tanta gente que nadie me creería si sacase mi verdadera personalidad.

Candela, sé que estás convencida de que soy un hijo de puta. Te conocí gracias a mi engaño, y te casaste conmigo porque mi situación económica te compensaba el aguantarme. Supongo que necesitarás alguna cebolla para llorar mi muerte: te libras de mi presencia, mis insultos, mis desconsideraciones y mi mala educación, y no vas a prescindir de casi nada en el futuro. Me alegro por ti, de corazón.

No me mato: me ajusticio. Sobre todo, por haber sido un cobarde.