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Durrell, bienvenido a mi vida de nuevo

Supongo que muchos de vosotros conocéis la famosa trilogía de Gerald Durrell sobre su infancia en la isla griega de Corfú, “Mi familia y otros animales” y sus dos fabulosas secuelas. Son tres de los mejores libros que he leído en mi vida, no me cabe duda de eso. Hace como un par de años me compré la primera en inglés, y recuerdo pocos ratos de lectura tan agradables. Durrell, cuya mejor y más importante misión en este mundo fue ser uno de los más grandes y más inteligentes defensores de la fauna -y también de la flora- mundial, tenía también (y quizá sin embargo) una impresionante capacidad para escribir bien, conciso, claro, divertido y desde luego muy entretenido.

Sus libros, todos los que he leído, son desopilantes, amenísimos, y muy interesantes. Hacía años que había oído hablar muy bien de uno de los que escribió para sacar dinero para su zoo de la isla de Jersey. A él le encantaba escribir, porque se le daba, pero prefería dedicar todo su tiempo a cuidar de los numerosísimos animales que tenía a su cuidado. Casi todo lo que escribió lo hizo más o menos por obligación, porque su editor se los pedía y él accedía. Aunque en el fondo, encantado, ya que sus obras resultaban ser éxitos inmediatos y en muchos de ellos pedía directamente a su público que se hicieran socios de la Fundación, cosa que en general conseguía, para gran contento suyo, de su esposa y de todos los que trabajaban para el zoo de Jersey.

El jueves, buscando un regalo para mi hermano José-Luis, que aún no he encontrado (lo conseguiré en breve, no me cabe duda), encontré “Atrápame ese mono”, uno de los libros de Durrell más famosos y que llevaba buscando bastantes años. No me está defraudando en absoluto: me apasiona todo lo que cuenta sobre las aventuras de Durrell en África y en Jersey, las cosas que les pasan a sus animales (de la existencia de muchos de los cuales no tenía noticia, y me refiero a la especie a la que pertenecían), y en general todo lo que cuenta en el libro.

Hace un rato me he enterado de que la primera cría de la chimpancé hembra del zoo, Sheena, murió a los pocos meses de vida, para sorpresa y disgusto de todos los cuidadores y responsables del parque. Hace casi treinta años que ocurrió esa tragedia, y sin embargo la he vivido exactamente como si hubiera pasado en el momento en el que estaba leyendo lo ocurrido, gracias a Durrell.

Este Gerald, Gerry de niño, es una de las personas más notables de las que he tenido noticia, y no precisamente por sus fabulosas características personales, ya que él mismo se encarga de ponerse a caldo a la menor oportunidad (al fin y al cabo, no tiene reparos con nadie, ¿por qué con sí mismo sí debía tenerlos?). Sus legados personales, el zoológico, el biológico y el literario, son importantísimos.

Os recomiendo que no perdáis la oportunidad de meter a Gerry en vuestras vidas. Os aseguro que no os arrepentiréis.

Río de lodo

Tengo una gran noticia de la que haceros partícipes: mi hermano José Luis (Martos) acaba de presentar su primera novela publicada (está escribiendo la cuarta). Se llama “Río de lodo“, y está ambientada en Buenos Aires (donde vivió el autor una temporada) y en Europa (continente que el autor conoce estupendamente). Es una novela negra muy bien escrita, en la que se desenmaraña una complicada historia, íntimamente relacionada con la “Solución final” que idearon los nazis alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Resulta interesante, entretenida e inteligente. Os la recomiendo en serio.

La ha publicado Ediciones Atlantis, y aunque tengo entendido que están teniendo algunas dificultades de distribución que se solucionarán enseguida, no me cabe duda de ello, sé que en la librería Miraguano de Madrid se puede conseguir un ejemplar. Os advertiré de cuándo podréis encontrarla en El Corte Inglés y la Casa del Libro.

Ésta es la portada:

Roma y los bárbaros

Entre otros muchos éxitos estivales, uno de mis aciertos de este verano ha sido comenzar a leer uno de los mejores libros que he visto últimamente, que me ha acompañado en las últimas semanas y que aún me acompaña -porque no he terminado de leerlo-. Se trata de “Roma y los bárbaros“, un espléndido ensayo de Terry Jones (ex de los Monty Pythons) y Alan Ereira, en el que los autores hacen un detallado repaso de todas las razones por las cuales debe ser cuestionada la excelente opinión que a la mayoría nos merece -¿o debería decir “les merece”?- el antiguo Imperio romano, la Roma de los doce Césares y su herencia.

Si leéis este libro encontraréis una extensa relación de algunos logros intelectuales, metodológicos, artísticos, técnicos y científicos, conseguidos por los pueblos que los romanos llamaban “bárbaros” (que como sabéis son todos los que no hablaban latín), y cuya primacía se sigue aún atribuyendo erróneamente al Imperio romano. La propaganda romana aún consigue que percibamos la realidad tal y como los dictadores y emperadores del Lacio querían que lo hiciéramos.

Ello es así en parte debido a que aún persisten los rescoldos del Imperio, en el Estado del Vaticano, y no con poco éxito, hay que reconocerlo. Además, los países que forman eso que conocemos como “G-8″ (o “G-11″), y que en realidad son los principales combatientes de la Segunda Guerra Mundial, tienen interés en que la tosca visión romana del mundo siga vigente. Si lo pensamos un poco, el mundo sigue dividido entre el Imperio -con sus provincias- y las Tierras Bárbaras, llenas de “lejanos desiertos” o “selvas inhóspitas” con hombres barbudos y siniestros, mujeres encanalladas, todos asilvestrados y por civilizar, gentes que sólo conocen el lenguaje del terror y la sangre. Australopitecos que piden a gritos que alguien los meta en cintura.

Por supuesto, todo eso es tan falso como lo era entonces, en tiempos de los Césares. Pero también es igual de efectivo, y asimismo la difusión de la trola logra sus efectos.

En tiempos, hacer creer al senado y al pueblo romanos (S.P.Q.R.) que los galos iban a invadir el Lacio fue un perfecto pretexto para que César lograra reunir un ejército que invadiera las Galias, y así saldar sus enormes deudas económicas, a costa de la vida o la libertad de dos millones de galos. Hoy en día, el pretexto es el mismo para invadir Irak y Afganistán, crear prisiones al margen de la ley y de la Justicia (coño, como la prisión Mamertina en la que penó Vercingétorix)… U organizar un golpe de estado en Bolivia, donde si os fijáis hay demasiados bárbaros, no hay más que verlos.

La rueda gira casi siempre en la misma dirección. No vendría mal que le colocásemos algunos palos de vez en cuando.

Dígame un libro

Como todos los años por estas fechas, a los que trabajan en los medios de comunicación les da por preguntar qué libro preferimos de todos los que hemos leído, o cuál ha sido importante para nuestras vidas, sin considerar siquiera que algunos ya llevamos varias décadas leyendo de todo, y acaso hace mucho que hemos abandonado por inútiles las competiciones pueriles (”si se pelease un toro contra un cocodrilo, ¿quién ganaría?”; “¿quién puede más, Fraga o Guerra?”; “¿quién te cae peor, Rajoy o Esperanza Aguirre?”).

Conminar a un lector a escoger un libro es como preguntar a un músico profesional qué nota alterada prefiere -”estoy entre el la sostenido y el sí bemol”-, o a un cocinero por una especia determinada. No es pertinente, no hay que poner a la gente en esos bretes.

Siempre hay sin embargo, de todo hay en este mundo, alguien al que sí le gusta que le hagan tomar partido. Rosa Díez, en una demostración de mediocridad muy suya, ha afirmado rotunda que el libro que cambió su vida es “Los pilares de la tierra”, de Ken Follet. Curioso y tal vez significativo. (Mi opinión es que es un libro muy entretenido; yo me lo leí hace mucho, en la adolescencia, que es cuando más hay que leer.)

Me resisto a declararme a favor de un solo libro, ¡dejadme, no pienso cantar, nunca jamás! ¡Antes muerta!… De acuerdo, basta, me rindo: el libro que más me ha influido son dos en realidad, la primera y la segunda parte del Quijote.

Y ahora abandonadme con mi pena: he sido débil. La culpa es de esos maquiavélicos entrevistadores mediáticos, ¡malditos seáis! Snif.

¿No habrá quién me regale una rosa y/o un libro para consolar mi tristeza?

Lectura desengrasante

Hay un tipo nuevo de “freakies” ahora que afirman que están intoxicados de tanta información como les llega, y que su cerebro ya no les da para más. Yo, que soy o he sido adicta a varias cosas, a esto desde luego no lo seré jamás, porque superada una cantidad determinada de información escrita o audiovisual acerca de un tema sociopolítico concreto, paso a otro asunto o bien me dedico a otro tipo de lectura, más amena, más inteligente a veces, y desde luego más placentera.

Ayer terminé de leer este libro de Rafael Reig:

Me ha gustado mucho: es inteligente, bondadoso, interesante, original y bien escrito. No sé qué más se le puede pedir a la ficción (contemporánea), así que os lo recomiendo vivamente. Esta mañana he vuelto a El Corte Inglés y he comprado un par de novelas de Eduardo Mendoza (¿os conté o no que me lo encontré varias veces en Damasco?) y otra de Reig (”Hazañas del capitán Carpeto”), la única que había disponible a simple vista del mismo autor. De todas maneras, esta tarde iré a la Casa del Libro, a ver.

Bueno, cuidado, que se me va la olla. Yo hoy he venido por aquí a hablar de mi libro, como Umbral. Porque a mí me pasa que los libros que me gustan los hago de mi propiedad -no física, entendedme: digamos “emocional”. Se establece un vínculo de cariño con lo recién leído, porque la lectura es sobre todo intimidad, y la intimidad une mucho, aunque también puede distanciar mucho… ya sabéis lo que pasa con la confianza.

Pues voy a seguir así una temporada, leyendo libros que me gusten y me diviertan, me entretengan y me hagan pensar cosas interesantes y extraordinarias. Estoy abierta a sugerencias.

El niño con el pijama a rayas

Esta noche he dormido francamente poco. Ha sido una noche corta de sueño y larga en lectura, una noche rara porque además Ángel está de viaje de trabajo en Casablanca, y siempre me cuesta dormir sola.

La culpa del desvelo es de este modesto libro en edición de bolsillo:

Había oído hablar de esta novela por primera vez, y con verdadero entusiasmo, a un chaval que trabaja de becario en El Cairo, al que conocí en mi viaje de febrero. No había vuelto a acordarme de ello hasta el lunes, el día que la Providencia vestida de azar me condujo a una librería del aeropuerto de Ámsterdam. Del libro que me había llevado apenas me quedaban cuatro o cinco hojas por leer, y mi experiencia en los vuelos de más de dos horas sin otra cosa que leer que la revista de la aerolínea no me dejaba opción: tenía que buscarme lectura ipso facto.

Y ahí estaba esperándome esta novelita, con su llamativa portada bicolor a juego con el título, en castellano “El niño con el pijama a rayas”. Recordé la recomendación y no dudé en comprármela.

Vaya si hice bien: esta novela es de las que crean afición, y sí, algo de aflicción inevitablemente. No os voy a contar absolutamente nada del argumento, porque os estropearía la sorpresa. Me limitaré a deciros que hacía tiempo que una lectura no me enganchaba tanto: he tardado dos días y media en leerla, curiosamente el mismo tiempo que su autor, John Boyne, asegura que tardó en escribirla. Y yo no soy de las que se pasa las tardes leyendo; cuando no estoy de vacaciones sólo leo en los transportes públicos, en el almuerzo (si estoy sola), y en la cama antes de dormir.

Si tenéis la posibilidad, os recomiendo que la leáis en inglés. Está escrita de manera sencilla y accesible para cualquiera que tenga un nivel medio en este idioma.

En fin, se me ha despertado el hambre por leer. Esta mañana he comenzado otra novela que promete, más larga y más compleja que la que esta noche me ha ocupado. Se trata de “Antes de que hiele”, de Henning Mankell. Empieza bien, ya os contaré qué tal continúa.