Bravo, Irlanda

El rechazo popular de los irlandeses al tratado de Lisboa está dando mucho que hablar a los comentaristas políticos del Régimen europeísta, que hacen hincapié sobre todo en estos dos aspectos de la cuestión: por un lado, si el hecho de que uno de los gobiernos de los países miembros de la UE no pueda ratificar el tratado, debería impedir que lo previsto en Lisboa se lleve a cabo; por otro lado, cuánta es la responsabilidad del Gobierno irlandés en este “feo” asunto de consultas populares y autonomías de decisión.

De lo que no se habla es de qué es exactamente el Tratado de Lisboa, que nos habrían colado sí o sí a todos los ciudadanos de los países miembros de la UE sin apenas enterarnos, de no ser porque la Constitución irlandesa obliga al Gobierno de turno a someter a referéndum popular la adhesión a cualquier tratado político y económico internacional, como es el caso. El hecho es que lo que se ha llamado “Tratado de Lisboa” no es otra cosa que un segundo intento por colar la Constitución europea, que tuvo que ser retirada formalmente debido a los votos en contra de los franceses y los holandeses en 2005. Con este nuevo intento en Portugal se suprimieron las reformas constitucionales para salvar lo esencial, como explica estupendamente en este artículo Anne-Cécile Robert, que como espero que recordéis y dice Mike Whitney en este otro artículo, se trataba básicamente de ir hacia “una mayor privatización de los servicios públicos, la reducción de los derechos de los trabajadores, menor control estatal sobre las políticas mercantiles y los derechos civiles, y un agresivo plan para militarizar Europa”.

Una vez más el capital europeo y sus representantes -el 90% de la clase política de la UE- se encuentra en su camino hacia la barbarie el obstáculo de tener que contar con la voluntad ciudadana. Ocurrió en 1992, cuando los daneses dieron el no a Maastricht. Volvió a ocurrir en 2001, cuando los irlandeses rechazaron el Tratado de Niza. Después, los noes a la Constitución Europea, y ahora esto.

Qué inconveniente resulta la democracia para los fines de los poderosos, ¿verdad?

Dudo mucho que no ocurriera lo mismo que en Irlanda en la mayor parte de los países de la UE, si nuestros gobiernos respectivos se vieran obligados a consultarnos. La conclusión es bien sencilla: La Unión Europea es la institucionalización de los métodos no democráticos para transformar el continente en un reducto seguro para el capital, sin tener que emplear -de momento- la violencia física para imponer los cambios que tan gran pérdida suponen para la mayor parte de los europeos, lo sepan -lo sepamos- o no.

La otra conclusión es obvia: como dice Whitney, ¡bravo, Irlanda!

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#1 caracol on 06.23.08 at 7:46 am

El mejor artículo en España que he leído sobre e no irlandés es el de Jesús Gómez en La insignia. Lo reproduzco por si alguien no lo ha leído:
El no irlandés · 05:20Es lógico que un sector de la izquierda europea se alegre del no irlandés al Tratado de Lisboa; si alguien necesitaba salir de dudas sobre la deriva de la UE, las directivas de inmigración y jornada laboral le habrán aclarado las ideas. Pero de ahí a interpretar la postura irlandesa como una actitud de progreso o siquiera acorde a un malestar vagamente crítico, como se está haciendo desde determinados partidos y tribunas, va un mundo. Porque se piense lo que se piense del Tratado, ese no es propiedad de la derecha.
Muchos estarán de acuerdo en que uno de los grandes problemas de la Unión es nuestra incapacidad de formar bloques políticos de alcance europeo que actúen con criterios europeos. Sin ir tan lejos, hasta las elecciones al Parlamento tienen un vicio de origen; el planteamiento general favorece que los electores voten con la vista en el contexto de su país y no en el que supuestamente se les propone. Y el día a día de la Unión está tan lejos del ciudadano medio que ella misma contribuye a extender el desinterés, la desconfianza y el desconocimiento que otros, muy interesados en el fracaso de Europa, se encargan de alimentar.
Tengo por aquí algunos de los argumentos que se han utilizado durante la campaña del no, y que se eliminan convenientemente en el cuento de hadas de la interpretación progresista. Se ha dicho que el Tratado impondría el aborto libre y la legalización de la prostitución a la católica Irlanda. Se ha dicho que las leyes de la Unión pondrían en peligro el éxito económico irlandés, basado en un sistema tributario donde las empresas no pagan un céntimo. Se ha dicho, incluso, que los irlandeses serían llamados a filas en un futuro ejército europeo. Miedos muy progresistas, como ven. Y eso, sin entrar en la presión de EEUU. Cuando encuentren masa gris, nuestros izquierdistas podrían explicar qué hacían personajes como John Bolton, alto cargo de George Bush, participando en la campaña: «No entiendo que la gente dé más poder a los burócratas», «el Tratado pone en peligro la existencia de la OTAN». Etcétera.
No, desgraciadamente no estamos ante un triunfo de los trabajadores o un golpe a la Europa del capital, por utilizar dos expresiones fantásticas de la fantástica, por fuera de la realidad, Izquierda Unida española. Bien al contrario, el no es una vuelta de tuerca hacia la derecha más dañina, la que busca congelar el proyecto europeo. Pero eso no quiere decir que el resultado del referéndum no pueda tener consecuencias positivas. Una de ellas sería, desde luego, que Gran Bretaña se sumara a sus primos y se autoexcluyera de la UE, con lo que de paso se facilitaría la evolución de ciertas marionetas del este. Otra, que se afrontara la reforma del Consejo. O sin soñar con imposibles, que la socialdemocracia tome nota de una vez y empiece a trabajar en serio para recuperar la mayoría.
Cuando hablamos de la Unión como una estructura al margen de la democracia o por encima de ésta, mentimos y nos engañamos miserablemente. Su déficit democrático es indudable, pero en última instancia procede de nuestro voto a través de los Ejecutivos nacionales o del Parlamento. Somos nosotros, los ciudadanos, los que hemos dibujado un mapa dominado por gobiernos de derecha. Si queremos otro camino, tendremos que hacer otro camino: pensar como europeos.

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