Ay, Madrid

Y es que Madrid está imposible. Cuando regreso a casa tras pasar algunos días en la playa, o en otra ciudad, me asombra el mal aspecto que tiene la gente. Cuántas caras largas, qué cetrino el color de la piel de tantos transeúntes, cuanto nervio, cuánta mala leche. No me extraña que así sea, en todo caso. Os digo que Madrid ya no es una ciudad en la que se pueda vivir sin trasegarse algún narcótico para ir tirando, o sin echarse al coleto cantidades inmoderadas de estimulantes o depresores del sistema nervioso central, a menos que se salga poco de casa o se disponga de una cuenta bancaria que permita pasearse por las calles madrileñas sin entablar contacto directo con los estresados lugareños, sólo frecuentando locales lujosos que la chusma no tiene oportunidad de visitar. Y más vale no sintonizar Telemadrid.

Los responsables políticos locales, muy significativamente Esperanza Aguirre y sus acólitos, contribuyen con todas sus fuerzas a que ni siquiera nos quede la oportunidad de relajarnos un solo momento: la presidenta de la Comunidad se ha empeñado en hacer de Madrid -en conjunción con Valencia- el baluarte ultraderechista desde el que resistirse contra viento y marea a la actual hegemonía socialista. Sin importarles a quiénes atropellan, van dejando en la cuneta cabezas remolonas (no ya díscolas), como la del propio alcalde de Madrid.

Lo mejor que se puede hacer es largarse de aquí a todo trapo, sin mirar atrás. La pena es que el exilio requiere que se den muchas circunstancias cuya concurrencia no es habitual. Que si no…

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